El Fin De Todos Los Males

Capítulo 8

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

No penséis que he venido a traer paz a la tierra: no he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido para dividir al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Mateo 10:34, 35

Por tres meses miles de personas estuvieron peregrinando al Tíbet para ver a aquel hombre que se decía ser la reencarnación de Jesucristo. Otro tanto se conglomeró en Guatemala, en la llamada pirámide del sol, esperando ser rescatados de la destrucción de este mundo por aquel hombre que decía ser la reencarnación de Buda, de Mahoma, y no se quien más; y había venido "a buscar el pueblo de Sanat Kumara," a quien los antiguos egipcios llamaban Ra, los griegos Apolo, los persas Mitra, y los fenicios Baal. Pero que era el único y mismo dios creador de los cielos y la tierra. A voluntad aquel ser sanaba a multitudes y cada noche hacía la aurora boreal resplandecer sobre las montañas del Tibet. Para entonces el Vaticano, los líderes protestantes encabezados por la derecha cristiana norteamericana y su "Comisión para los Diez Mandamientos", y los líderes de religiones que iban desde la cientología hasta la santería, no solo estaban juntos, sino tan revueltos en su empeño de impulsar la ley dominical, que ninguna autoridad, ni católica, ni protestante, ni espiritista, comentaba de las hazañas y milagros del tal Maytreya, sino solo en forma genérica y procurando siempre ser políticamente correctos para no decir nada que pudiera ser contrario a las creencias de sus aliados. Por otro lado, personas particulares de esos tres sectores religiosos, decía cosas tan contradictorias entre sí, que era más que obvio que aquella alianza entre católicos, espiritistas y protestantes era la madre de las confusiones. El Vaticano ignoraban el suceso como si no existiera, mientras que la foto de Maytreya aparecía en todos los periódicos, y se hablaba de él en todos los noticiarios. Decía que todas las religiones eran caminos distintos que conducía a un mismo destino, que palabras como cielo y nirvana eran solo nombres dados a una misma cosa, y que había venido a buscar a su pueblo para salvarlo de una gran tribulación que habría de venir, y que pronto todos partirían en una enorme nave espacial. Un día amaneció y el tipo había desaparecido y junto con él más de trescientas mil personas. Entonces algunos religiosos protestantes comenzaron a decir que aquello había sido el rapto y que ellos habían sido dejados por no haber hecho con los sabatistas lo que debían. Las matanzas comenzaron.

El Terrible dijo un día: "Yo nunca he matado a nadie que fuera mejor que yo". Viéndolo de ese modo, no parece haber razón para no decir que le hacía un bien a la sociedad. Un exterminador de escoria humana, como esos superhéroes vengadores de las historietas. Pero la realidad es que solo era un hombre sin esperanza. Tal como su hermano me dijera; "si Dios no existe no hay esperanza de que el bien algún día triunfe sobre el mal." Creo que le llaman selección natural. La supervivencia del más fuertes. Por eso el Terrible hacía lo que hacía. "Para sobrevivir en un mundo de malos, hay que ser más malo que el resto del mundo". El de Quique era un caso diferente. El hacía lo que hacía porque era lo único que logró levantar su autoestima y sacarlo de la depresión en que vivió por casi un año. Trató de ser un soldado de la república, pero no le funcionó. Entonces se encontró a sí mismo siendo un don nadie, sin un sueldo decente, sin un auto propio, vistiendo ropa barata, sin ninguna mujer que se interesara por él, y dependiendo aun de su padre. Era todo un perdedor según los estándares de esta sociedad vanidosa y materialista. Por eso hasta demostraba satisfacción cuando me contaba aquellas hazañas que yo en realidad prefería no saber. Aquello que hacía, era lo que le ganaba el respeto de los demás y le daba significado a su vida. Sin aquello no era nadie. Solo un bruto sin donde caerse muerto. Un fracasado. Pero esos dos era personas ignorantes del amor de Dios; y eso lo explica todo. Lo que no me logro explicar es cómo personas que sí creen en Dios y que se dicen imitadores de Cristo, pueden matar hombres, mujeres y niños en nombre de ese mismo Dios.

La gente estaba ya tan convencida de que los desastres naturales, las epidemias, la criminalidad y el vicio eran culpa de los guardadores del sábado, que cuando la ley dominical se cambió nuevamente en septiembre, prohibiendo guardar el sábado a todo aquel que no fuera judío o que así lo enseñare a alguien no judío, a nadie le importó. No hubo ninguna organización pro derechos humanos. Nadie habló de la libertad de conciencia o la libertad de expresión. Desde aquel entonces solo los judíos estaban permitidos a guardar el sábado, pues conforme a lo acordado en el concilio ecuménico celebrado previo al cambio, el sábado había sido dado a los judíos, y el domingo a los cristianos; y cada cual debía guardar el día que Dios le había dado a guardar. Aunque esto no afectaba a judíos, musulmanes, budistas y demás religiones, poco a poco, los gobiernos de países donde esas religiones eran predominantes o tenían gran influencia, fueron permitiendo la prosecución y encarcelamiento de los cristianos guardadores del sábado. Gente importante, científicos, políticos, artistas comenzaron a ser arrestados por guardar el sábado; y sus juicios en corte comenzaron a atraer la atención del público. Las argumentaciones en corte hicieron que muchas personas comenzaran a preguntarse si no sería cierto que el día ordenado por Dios para toda la humanidad era el sábado, y si todos los males achacados a los que guardaban el sábado no serían más bien culpa de los que guardaban el domingo. La total ausencia de versículo alguno en el Nuevo Testamento que indicara que los cristianos debían guardar el domingo, el que por el contrario más bien pareciera que los primeros cristianos, los apóstoles, y hasta el mismo Cristo guardaron el sábado, y el que pasajes del Antiguo Testamento, como Isaías capítulo cincuenta y seis, y el mismo cuarto mandamiento en Éxodo veinte, claramente incluían a no judíos, eran argumentos bastante convincentes para muchos. Los religiosos y los políticos se dieron cuenta de el daño que estos juicios públicos hacían, y se las arreglaron para que la prensa dejara de cubrirlos. Aquí, el juicio que más atención atrajo fue el de un joven cantante y actor, que llegó a convertirse en un ídolo nacional y en su momento de mayor auge se retiró de los escenarios; y ahora aparecía meses después acusado de guardar el sábado. Todos los noticieros locales transmitieron el momento en que aquel joven declaraba:

---¿Cuál ofrenda era más atractiva ---decía---, la de Abel con un cordero degollado, con la lengua colgando y sangre corriendo a borbotones, o la de Caín con olorosas piñas, enormes ramos de uvas y demás frutos de la tierra? Pero Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la de Caín. Porque no es lo que a nosotros nos parece mejor, o más bueno, o más conveniente. Es lo que Dios ordena. Y si el guardar el sábado es un crimen según la ley de este gobierno, entonces soy culpable de obedecer a Dios antes que a los hombres.

También fue televisada la declaración de un anciano que había sido miembro del Parlamento y juez del Tribunal Supremo. ---La Biblia dice que el primer día de la semana es un día común de trabajo; pero que el sábado lo santificó Dios. ---decía.--- Mas ustedes dicen que el domingo es santo y el sábado es un día común y corriente. Yo prefiero creer lo que dice la Biblia, porque la prerrogativa de decir que es santo y que es común pertenece solo a Dios. Cuando los hijo de Aarón ofrecieron fuego común, ¿acaso dijo Dios: Fuego es fuego. Lo que importa es la intención? No. Los consumió en el mismo instante. O cuando Belzasar tomó los vasos del templo para emborracharse, ¿dijo Dios: vasos son vasos? No, sino que inmediatamente juzgó y condenó al profano. Nosotros no podemos tomar lo que Dios santificó y usarlo como si fuera algo común, ni tomar lo común y pretender que es santo y que Dios lo acepta.

Después de eso comenzaron a ofrecer recompensas por cualquier información que pudiera conducir a la captura de los sabatistas. Gente entregaban a sus hermanos, padres a sus hijos, hijos a sus padres; y también todo aquel que envidiara a alguien o quisiera quitarle del medio para quedarse con su puesto, su propiedad, o con su esposa o esposo, acusaba a su adversario de ser sabatista aunque no lo fuera. Otros más fanáticos preferían matar a quienes descubrieran guardando el sábado. Cientos comenzaron a ser masacrados alrededor del mundo entero. La gente llamaba oscura la Edad Media, y condenaban la barbarie de las Cruzadas y el Tribunal de la Inquisición; y lo clasificaron todo como producto de una ignorancia superada. Pero en pleno siglo XX vino Hitler; y se buscó racionalizar lo sucedido, y se clasificó como si fuera un caso aislado. Entonces se dividió Yugoslavia, y se repitió la historia. Luego fue Ruanda. Ah! Pero eso fue en África. Eso nunca pasaría aquí. Pero ya lo ves. La Inquisición ha vuelto en pleno siglo XXI. No solo aquí en esta isla, sino en los Estados Unidos de América, en Francia, en Inglaterra y en el resto del mundo.

El 27 de septiembre, intrigado por lo que veía, fui a ver a mi hermano; pero las visitas estaban restringidas. Dos semanas después me informaron que mi hermano había muerto en agosto durante un motín e intento de fuga, junto con otros veinte presos, incluyendo al hermano de Luis. Difícil creer que después de veinte años preso Adrián intentara escapar cuando solo le faltaban meses para salir. Y difícil creer que ocurriera un motín de tal magnitud y que nadie se enterara ni fuera mencionado en las noticias. Si siempre que hay motín en las cárceles, sea grande o pequeño, lo primero que hacen los presos es incendiar algo y colgar anuncios por las ventanas. Y no ha comenzado a salir el humo, cuando los noticieros ya están ahí. Llamé a mi madre pero no la encontré. Y el teléfono de Luis estaba desconectado. El domingo unos agentes llegaron a mi apartamento para interrogarme. Me indicaron que hacía unas tres semanas que yo no había hecho ninguna compra en sábado, y me mostraron un papel con todas las transacciones comerciales que había realizado durante los últimos tres meses. Y comenzaron a cuestionarme como tratando de hacerme confesar que estaba guardando el sábado.

---Si, ciertamente hace tres semanas que no compro nada en sábado. ¿Eso me convierte en sabatista? Aquí veo que hace cuatro semanas que no compro en lunes tampoco. Me imagino que eso me convierte en lunático. Este papel no prueba nada. Sino simplemente que soy un tipo que prefiere hacer sus compras los jueves. Pero el sábado que viene bajo a la tienda de la esquina y compro un paquete de chicles para que se sientan contentos. Ahora si me disculpa. Me estoy cagando.

El lunes en el trabajo nos avisaron que, al igual que estaban haciendo todos, la oficina comenzaría a abrir los sábados también para eliminar sospechas de que los dueños fueran sabatistas. Todo lo que estaba pasando a mi alrededor me hacía preguntarme si todo aquello que venía escuchando por tanto tiempo sería verdad. Cuando regresé de la oficina encontré que mi madre me había dejado un mensaje en la grabadora diciendo que se tenía que ir, que no me preocupara por ella, que me amaba y que quería que yo buscara de Dios porque el tiempo se acababa. Fui a Aguas Buenas esa misma noche y no la encontré. La casa estaba cerrada como si se hubiera ido para no volver en un buen tiempo. Ningún vecino sabía nada. Solo una anciana me dijo que se fue "huyéndole a la policía con un chorro de esos locos que guardan el sábado". Ahora quería saber que estaba pasando, pero no había nadie que me explicara. Solo encontré par de revistas de aquellas que la esposa de don Carmelo me diera casi un año atrás. Me acordé de la Biblia que Alberto me reglara, pero tuve la impresión de haberla dejado en mi carro viejo, el cual había vendido. El martes, durante la hora de almuerzo, unos compañeros y yo nos topamos con unos niños que predicaban acerca del sábado. Era un muchachito como de once o doce años y su hermanita como de seis.

---Vámonos de aquí antes de que llegue la policía.--- dijo uno de mis compañeros.

---Creo que me quedo --- le dije, y ellos siguieron andando.

La policía, efectivamente, no tardó en llegar; y los niños salieron corriendo. Atraparon a la niña y su hermanito se entregó. No era la primera vez que la policía los detenía. Sus padres habían sido arrestados por el mismo crimen, y los niños habían sido colocados con su abuela. Pero la viejita no fue capaz de evitar que sus nietos se escaparan de la casa y se fueran a predicar. Así que fueron a dar a un hogar de niños. Ya fuera en la escuela o en el hogar, con cada descuido, los niños se escapaban y terminaban en algún parque, plaza, o lugar público predicándole a la gente sobre el cuarto mandamiento. Un policía se me acercó y me preguntó qué estaba yo haciendo allí.

---Nada oficial. Solo me pareció un buen día para comer al aire libre.

El miércoles me excusé en el trabajo y me fui a la casa de Luis, pero tampoco encontré a nadie. Un vecino me dijo que hacía unas cuantas semanas se habían ido y que hasta policías habían venido buscándolos.

---Según tengo entendido el muchacho se quitó un grillete electrónico de esos que les ponen a los presos y se escapó con la mujer y los hijos ---me dijo---.

Aunque se determinó que Luis había actuado en defensa propia, en el cargo de posesión ilegal de un arma había sido encontrado culpable. Pero por haber sido la primera ofensa, el juez fue tenue con él. El uso de grilletes electrónicos había venido a ser la modalidad, pues era mucho más barato mandar a un convicto a su casa que almacenarlo y tenerle que proveer agua, luz y comida cuando ni siquiera había dinero para el sueldo de los guardias penales. Luis se supone que llevara el grillete por unos cuatro años, pero no había podido cumplir con su sentencia. Después de todo lo padecido para evitar que su familia viviera huyendo, ahora había terminado huyendo de todos modos.

Ese mismo día, sin que la estuviera buscando, encontré la Biblia que Alberto me regalara. Me puse a leer el Apocalipsis, pero no entendía nada. Tantos sietes. Tantas bestias. Tantos símbolos. Ahora quería que alguien me explicara, pero no había nadie. Sin embargo los pasajes que Alberto había dejado subrayados si los entendí. "Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de, los cuales digas, no tengo en ellos contentamiento." "Mirad, pues, como andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios; redimiendo el tiempo, por que los días son malos. Por tanto no seáis imprudentes, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor." Y un montón de versículos similares que se referían a mi y a mi terca necedad, que me hubieran servido de mayor ayuda si los hubiera leído y creído tiempo atrás.

El jueves me dirigí al mismo lugar donde había visto aquellos niños predicando queriendo encontrarlos, pero no estaban allí. Mas al detenerme en una luz roja miré hacía un lado y los vi en una pequeña plaza. Busqué donde estacionarme y me fui a escucharlos, pero cuando caminaba hacía el lugar los dos niños pasaron por mi lado corriendo perseguidos por la policía nuevamente. La gente no les prestaba mucha atención. No se si porque parecían que jugaban y que la niña era quien perseguía a su hermano, o si simplemente ya conocían del asunto y se hacían de la vista larga. El policía que los seguía, tenía unas cuantas libras de más, y se había quedado bastante rezagado. Su compañero se habían ido por otro lado para cortarles el paso a los niños. Cuando así lo hizo el niño saltó dentro de una fuente y se subió a una escultura que había justo en el medio. La niña, que corría más atrás, al ver al policía que le salió al paso a su hermano se dio la vuelta y comenzó a correr en la misma dirección por donde había venido. Cuando volvió a pasar por mi lado la agarré y la metí dentro de una tienda de ropa.

---¡Shhh! Yo soy adventista ---le dije para que guardara silencio y dejara de patearme la espinilla.

El otro policía pasó de largo frente a la tienda. Cuando llegó a la fuente se puso a argumentar con su compañero a ver quien se metería en el agua a bajar al muchacho. El niño buscaba con la vista a su hermanita y temí que si pensaba que la policía la había atrapado se entregaría, así que me puse a la niña sobre mis hombros. Cuando nos vio saltó desde la escultura hasta la cortina de una tienda, y de allí a la capota de una guagua, luego sobre un auto y se desapareció entre la multitud.

---Vente, vamos a buscar a tu hermano ---le dije y la niña me siguió sin mayor problema---. ¿Sabes? Hay mucha gente mala por ahí. Tu no deberías irte con cualquier extraño, porque alguien puede hacerte daño. ---Ella solo siguió andando como si no le importara. ---Bueno, yo no lo digo por mi. A mi no me tienes que tener miedo.

---Yo no te tengo miedo.

Llegamos a mi auto. La niña se montó y se puso el cinturón. Tan pronto encendí el motor bajo la ventanilla.

---No, no. que te puede ver la policía.--- Subí el cristal y ella lo volvió a bajar. ---OK. Con los cristales abiertos.

Apenas encendí el auto la niña divisó a su hermano. Me detuve y el niño se acercó al carro y abrió la puerta para que su hermanita bajara.

---No, no. Tú sube al carro. Los dos van a venir conmigo ---le dije.

---Es adventista ---añadió la niña.

El muchachito me miró desconfiado pero se subió al auto y nos fuimos a mi apartamento. Los dos se veían bastante sucios así que les propuse que se dieran un baño mientras les preparaba algo de comer. La niña hizo como le dije, pero su hermano no quiso. No confiaba en mi. Por supuesto. Todos los adventistas se encontraba escondidos en algún monte y yo estaba muy cómodo en mi apartamento de tres habitaciones, con aire central, y amplia terraza con vista a la bahía.

---No tengo ninguna ropa de tu talla, así que esa misma que traes puesta déjala fuera de la puerta para lavarla. Estará lista cuando salgas.

Me fui a la cocina con la intención de hacerles un emparedado, pero el jamón que tenía era de cerdo. ---Ellos no lo sabrán ---pensé. Pero se me remordió la conciencia y tiré el paquete entero a la basura. Terminé con tostadas de queso. Encontré un arroz chino, pero también tenía jamón y camarones. Así que también lo eché a la basura. El timbre de la lavadora sonó. Fui y metí la ropa de la niña en la secadora, y regresé a la cocina. Saqué unas latas de espaguetis, pero antes de que terminara de calentarlas la niña gritó desde el baño que había terminado de bañarse. Solo sus pantisitos se habían secado. Fui a mi cuarto y busqué la camiseta más pequeño que tenía. y se la llevé para que se la pusiera mientras tanto. Les serví lo que había podido encontrar y se lo comieron todo en menos de un minuto. No era de extrañarse, pues no habían comido nada desde el desayuno del día anterior. La niña estaba muy confiada. Su hermano por otro lado no me perdía de vista. Ella me preguntó por un cepillo para el cabello, y cuando se lo traje se acomodó entre mis piernas para que le cepillara el cabello.

---Yo soy hombre, no se como peinar niñas.--- le dije.

---Mi papá es hombre y sabe.

Cuando comencé a cepillarle el cabello noté algo en su espalda abajo del cuello.

---¿Qué es esto?

---La señora me quemó.

Le levante la camiseta y toda su espalda, y sus piernitas estaba llenas de quemaduras de cigarrillo. Miré a se hermano. ---Así es que nos castigan.--- me dijo. Y comenzó a contarme de todos los malos tratos que recibían en el hogar de niños. De cómo preparaban todo con cerdo para hacerlos pasar hambre. De como los golpeaban y aveces hacían a los demás niños golpearlos. Su espalda también estaba llena de quemaduras, moretones, y marcas de correas. No pude contener las lagrimas.

---Ya no me duele ---dijo la niña tratando de consolarme.

El niño entonces me contó de sus padres, de cómo habían sido arrestados por predicar sobre el sábado; y de cómo habían ido a parar con su abuela y luego al hogar de niños.

---Pero, y cual es la cosa con el sábado y el domingo ---dije, partiendo de mi razonamiento que decía que era ilógico padecer por algo tan trivial. Pues si al fin y al cabo Dios amaba aquellos niños no le habría de importar que no guardaran el sábado con tal de que no sufrieran.

---Porque lo que Dios dice nosotros tenemos que hacerlo.

---Por algo es Dios ---añadió la niña

---Está bien. El sábado es el día del Señor. Pero si yo no lo sé, no creo que Dios lo considere un pecado tan grave.

---Tal vez, antes, Dios podía perdonar a la gente porque no sabían lo que hacían. Pero ya la gente sabe. Tu crees que la gente del hogar no saben que es malo lo que nos hacen a Aura y a mi. Gente está muriendo por guardar el sábado. Tal vez alguien puede no saber que violar el sábado es pecado, pero, ¿quién no sabe que odiar y matar si lo es?

Entonces le pedí que me hablara de aquello que había estado predicando el primer día que los vi. Sobre el sello de Dios y la marca de la bestia. Mientras hablábamos la bambina descubrió mi mesa de dibujo, y un dibujo de Cecia que hasta entonces nadie aparte de mi había visto.

---¿Quién es esta muchacha? ¿Es tu novia?--- preguntó desde la habitación, y vino hasta la sala cargando con el dibujo.

---No, no es mi novia. Es una amiga que hace tiempo no veo. Y la dibujé para así poderla ver.

---Es linda.--- dijo y se fue de vuelta a la habitación. Luego regresó con una versión suya del retrato de Cecia.

---Es muy bueno ---le dije,--- si continúas dibujando llegarás a hacerlo muy bien.

Como se dio cuenta de que su fratello me estaba explicando las profesáis, al rato regresó con otro dibujo.

---Esta es la estatua que Nabucodonosor vio en su sueño ---comenzó a explicarme ella---. La cabeza de oro era su reino, los brazos de plata son los medos y los persas, la barriga y los muslos de bronce son los griegos, las piernas de hierro es el Imperio Romano, y los pies de hierro y barro es donde estamos. Y esta es la piedra que le da a la estatua, que simboliza cuando Jesús venga y destruya el mundo y lo haga nuevo.

Entonces recordé que yo había aprendido eso mismo cuando tenía doce años y acompañaba a Alberto a la iglesia con su tía, pero había quedado guardado en el cajón del olvido.

Continué hablando con el niño y al rato sua sorella volvió a aparecer con otro dibujo.

---Estas son las cuatro bestias que vio Daniel. Este es un león con alas que es Babilonia otra vez, este es un oso que es Medo-Persia, esto es... ¿Qué es esto?---- le pregunta a su hermano.

---Leopardo.

---Un leopaldo que tiene cuatro alas, porque es muy rápido; que son los griegos. Y este mo'stro feo es Roma. Y los diez cuernos de su cabeza es donde vivimos nosotros. Así que déjame dibujarte aquí. Y aquí estoy yo, y este es Jonathan. ¡Ah! ¡No! Espera. Todavía no estamos nosotros. Deja hacerte otro dibujo.

Nuevamente se fue y Jonatan continuó hablando. Mientras lo hacía pensaba: este niño sabe más que mi profesor de humanidades.

---Cristo murió por los pecados, pero es el Espíritu Santo el que hace que la gente se arrepienta. Por eso es que Elena White decía que el Jesús histórico no nos salva. Tenemos que acordarnos de Jesús todo el tiempo. El Espíritu Santo es quien nos hace recordarlo. Y cuando pensamos en Jesús y en su carácter, vemos lo malo que somos. Y entonces nos arrepentimos, y Dios nos perdonas. Por eso es que la Biblia dice que el Espíritu es el que nos sella para la salvación. Y la señal que pone en nosotros es la obediencia a Dios. No es que el cuarto mandamiento sea más importante que los otros, sino que es el mandamiento que más la gente viola.

---Pero si está tan claro en la Biblia, cómo es que la gente lo pasa por alto.

---Por costumbre. Porque ya hace mucho tiempo que se viene haciendo contrario a lo que dice el mandamiento y para la gente es mas fácil seguir con lo que ya es costumbre que aprender algo nuevo. Además de que era más fácil para todo aquel cuya mayor preocupación en la vida es conseguir cosas materiales el guardar el domingo que el guardar el sábado. Para guardar el domingo solo hacía falta ir a una iglesia en la mañana, pero guardar el sábado requiere mucho más. Y ahora que el guardar el sábado le está costando a la gente todo lo que tiene, ¿quién lo va a guardar?

Aura regresó con un tercer dibujo.

---Estos son los diez cuernos del mo'stro feo. Y este otro cuerno que crece es el papado, y tumba estos tres. Entonces este es Papa Dios, que tiene mucha luz y fuego, y este es Jesús; porque están en el juicio. Y ahora sí. Aquí estamos nosotros ---dijo y me miró, se rió, y se fue nuevamente.

El niño continuó explicando y contestando mis preguntas. Yo estaba sorprendido de como un ragazzo, que no podía tener más de once o doce años, pudiera saber tanto y expresarlo con tanta facilidad. Entonces me di cuenta que hacía rato no veía a la niña. Se había quedado dormida en la alfombra sobre sus dibujos. Ya era casi media noche. Acosté a la niña y Jonatan me preguntó si le podía prestar mi Biblia, pues le habían quitado la suya en el hogar, y hacía meses que no leía una. Se la presté y la leyó hasta que el sueño lo venció. Yo no me dormí sino hasta casi las cuatro de la mañana, pensando en muchas cosas, incluyendo que hacer con los niños. Como a las siete de la mañana me despertó Jonatan.

---¡La policía! ¡La policía viene para acá!

El día apenas comenzaba a clarear. Me enseño por la ventana dos patrullas estacionadas al frente del edificio. Los policías ya estaban caminando hacia la entrada.

---Son policías pero ellos no saben que ustedes están aquí.

Jonatan despertó a su hermanita. ---Corre que por ahí viene la policía.

---¡Ey! Ellos no vienen para acá.

---Si vienen.

Me lo dijo con tanta certeza que me hizo dudar en mi razón.

---Vístete Aurita ---le dije a la niña.

---No hay tiempo. Tenemos que irnos ---insistía Jonatan

Agarré la ropa de la niña, las llaves del carro, la cartera y mi reloj. Salimos del apartamento y le dije a los niños que nos fuéramos por las escalera. Cuando llegamos al estacionamiento pensé: ---¿Qué estoy haciendo? Esto es ridículo. Nadie nos está persiguiendo ---Le quité los seguros al auto con el control del llavero, y le dije a los niños que me esperaran dentro del carro.

---No subas otra vez. Te va a atrapar la policía.--- me decían. Pero subí nuevamente. Y cuando estaba a punto de abrir la puerta que da a las escaleras escuché voces en el pasillo. Abrí la puerta lentamente y vi que efectivamente los policías estaban registrando mi apartamento.

---Aquí no hay nada.---- dijo uno.

---Yo no diría eso.---- añadió otro trayendo los dibujos de la niña en su mano.

Entonces salió del apartamento uno de los detectives que habían venido a cuestionarme acerca de que yo no compraba los sábados.

---A lo mejor nos vieron llegar y se fueron por las escaleras ---dijo---. Manda que revisen el estacionamiento. Su carro es un BM convertible color azul metálico. Tablilla DMZ-17P.

Tenía que ir por los niños, y estaba allí aguantando aquella puerta que sabía haría tremendo escándalo cuando la cerrara. Me quité una media, la doble y la usé para aguantar la puerta. Cuando llegué al piso del estacionamiento los policías ya estaban rebuscando mi carro. Use mi otra media para pillar la puerta, y cuando me volví los niños salieron de debajo de las escaleras. Subimos un piso, y salimos por la entrada de servicio. Detuve un taxi que pasaba en ese instante.

---¿Acepta efectivo? ---le pregunté y me preguntó bromeando si la policía me estaba persiguiendo. ---Más o menos ---le dije---. Más o menos.

Allí estaba yo. Huyendo de la policía con unos niños que ni siquiera eran míos, y con más preguntas que respuestas.

Capítulo 9

Esto no es una publicación oficial de la Iglesia Adventista de Séptimo Día, ni pretende representar el sentir oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ni de ninguna otra organización religiosa. Todo el contenido es responsabilidad del autor; Víctor M. Monsanto Ortega.

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