El Fin De Todos Los Males

Capítulo 4

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Apocalipsis 3:20

Tengo otro refrán que repite mucho la gente: Las noticias vuelan. Pero tú sabes que en realidad no todas las noticias vuelas. Solo las malas lo hacen. Yamileth recibió noticias de su familia. De ese tipo de noticias. Su hermana menor ---Patria, creo que se llamaba.--- había quedado embarazada del hijo de una pastora afiliada al mismo concilio que su padre. El muchacho, por aquello de evitar la vergüenza pública, convenció a la niña a que abortara. Hacía casi un año que el aborto había sido prohibido por ley, así que la niña fue a dar a una clínica clandestina improvisada en la habitación de un hotelucho. Ya había muerto desangrada cuando la señora de la limpieza la encontró. El padre se suicidó al enterarse. Yamileth se presentó a la funeraria con sus dos hijos. Luis José se encontraba al otro lado de la isla dando vigilancia de apoyo a una transacción de negocios. Algo que comenzaron a hacer los hermanos después de que casi matan a Luis Raúl en aquel estacionamiento. Cuando la madre de Yamileth la vio, fue a donde ella y le dio una bofetada. Esa señora era buena para eso. Un autentico personaje de telenovela. Me la imagino diciendo algo como: ---Todo esto es culpa de ustedes, malagradecidas--- Ni siquiera en ese momento quiso reconciliarse con su hija. Solo se dio la vuelta y entró a la capilla. Yamileth se sentó a llorar en el recibidor de la funeraria con su niño dormido en un coche y la niña, que ya tenía cinco años, y que de seguro al verla llorando estaría llorando también; pues así son los niños. Especialmente Estefanía, quien siempre fue una niña muy sentimental. Una señora se sentó a su lado y comenzó a hablarle acerca de que la peor parte de vivir era ver morir a un ser querido, pero que una muchacha cristiana como Yamileth no debería estar llorando como los que no tienen esperanza. En ese momento Yamileth, molesta por lo que a primeras le pareció una intromisión de aquella señora, negó que fuera cristiana. ---¿Y quién le dijo a usted que yo soy cristiana? ---fueron sus palabras. Ahora que la recuerdo hablar sobre eso, me doy cuenta que para ella, encontrarse a sí misma profiriendo aquellas palabras, fue como una revelación. Las sintió como si hubieran sido el colmo de su alejamiento de Dios. En ese instante que se descubrió a sí misma lejos de Dios, comenzó su reconciliación con él. Levantó los ojos para ver el rostro de quien le hablaba. La señora era elegante, pero en una forma muy modesta. Con el cabello demasiado corto para una cristiana, y un rostro amable que le infundía confianza a pesar de que nunca antes la había visto.

---Eso es algo que se ve a simple vista ---le respondió la señora.

---Hace más de cinco años que yo no visito una iglesia ---añadió Yamileth.

---¿Y por eso piensas que Dios te está castigando?

Yamileth comenzó a contarle acerca de su familia, de su embarazo sin haberse casado, del rechazo de sus padres, y de la muerte de su hermana y su padre.

---Puede que haya algo de verdad en lo que dices. Y que tu hermana estaba tratando de seguir tus pasos. Pero no por eso es tu culpa que ella muriera. Perdóname; pero la culpa es de tus padres, por preocuparse más por aparentar piedad delante de la gente que en ser genuinamente piadosos. Tu hermana simplemente se sentía oprimida. Su deseo de escapar la llevó a dejarse envolver por ese muchacho que ¿quién sabe cuantas promesas le hizo? Fueron tus padres quienes crearon el ambiente propicio para que esto pasara. Y tarde o temprano tenía que pasar. Y es cierto que duele. Pero por amor a estos ---le dijo señalándole a sus hijos---, debes reponerte y aprender de lo sucedido para que no permitas que la historia se repita con tus hijos y tú.

Yamileth abrazó y besó a su niña que aun lloraba, y se secó las lágrimas con la manga de su blusa. La señora le alcanzó un pañuelo y se puso de pie. Pero antes de despedirse le preguntó por Ramón.

---¿Qué Ramón?

---El hermano mayor de tu esposo.--- le respondió la señora.

Yamileth se quedó sorprendida de que conociera la familia de Luis.

---¿Desde cuando conoce usted a Ramón y a mi esposo?

---Desde que tu esposo tenía apenas unos dos o tres añitos más que esta niña hermosa. ---dijo refiriéndose a Estefanía.

La señora invitó a Yamileth a la cafetería de la funeraria y allí se sentaron a hablar. Aquella señora le contó que solía tener largas conversaciones con Ramón cada sábado de tarde. Hasta un sábado que le dijeron que lo habían apuñaleado y que se encontraba en un hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Había sido ella quien le regalara a Ramón aquellos casete de música que hace cinco años atrás le habían dado a Yamileth la oportunidad de robarle un beso al que ahora era su esposo. Además le dijo que a Luis lo conocía no solo por ser el hermano de Ramón, sino que además había sido amiguito de su sobrino Rafael, quien muriera al ser alcanzado por una bala perdida tres días antes de que casi mataran a Ramón. También le pidió a Yamileth contarle a su esposo acerca de Alberto, su otro sobrino, quien se encontraba en el hospital. Yamileth le dio su dirección, y la tía de Alberto quedó en irla a visitar el próximo sábado. Al salir de la funeraria Yamileth no quiso regresar directo a su apartamento. Queriendo que su niña se olvidara de la triste mañana que habían tenido, decidió llevarla al cine a ver una película; pero cambió de idea y se detuvo en el Parque de los Próceres. Mientras veía a su niña jugar, recordaba que no hace mucho ella también había sido una niña jugando sin entender realmente cuan peligroso y difícil podía llegar a ser el mundo. Tal pareciera que fuera unas semanas atrás cuando jugara en aquel mismo parque, y de repente había despertado y se encontró que era la madre de dos niños. ---La vida no es perfecta ---pensó---, pero hay cosas que hacen que valga la pena vivirla.--- Su niña vino corriendo a donde ella y la abrazó. En aquel instante le hizo falta su esposo. ---Vamos a casa a ver si ya papi llegó.

Cuando regresó no había nadie en el apartamento, solo Ramón con su música. Por primera vez en cinco años se detuvo a escuchar qué decían aquellos cantantes.

Ellos están sobre mí,
debajo de mí, delante de mí.
Ellos están en todo mi alrededor.
Los ángeles de mi Padre me cuidan
cada día.

Sacó el disco y vio que en el título decía ser música para niños. Así que se lo llevó para el cuarto de los niños y lo puso en un pequeño radio portátil que allí había, mientras metía a Jared en su cuna. En eso escuchó a Monina llamarla desde la sala. Doña Ramona y la mamá de Luis habían sido comadres. Era ella quien de vez en cuando cuidaba a Ramón y a los niños cuando se presentaba alguna emergencia. Y era además quien le contaba a Yamileth todas aquellas cosas que sucedían en la calle, que Luis no le contaba. Monina le entregó las lleves del apartamento y Yamileth le preguntó si había visto a Luis. ---No ha veni'o en to' el día. El que subió fue el goldo buscando comida.---

Yo había pasado todo ese día con Luis "observando pájaros", que era el tape para monitorear de lejos las transacciones y el perímetro. Teníamos binoculares, cámaras con telefotos, libros de aves endémicas y un rifle calibre cincuenta con mira telescópica. Regresamos cuando ya comenzaba a oscurecer, con las llaves de una casa que Luis había comprado.

---Nos vamos de aquí ---le dijo a su esposa poniendo las llaves en su mano---. Hay que hacerle unos cuantos arreglitos pero tiene cuatro dormitorios, que ya no vamos a estar tan apretados. Mañana vamos para que la veas. Fue lo mejor que pude conseguir con el dinero que tenía. Yo espero que te guste.

---No te preocupes que me va a gustar. Es más, ya me está gustando.

Luis se sentó en la sala y encendió el televisor. Yo ya me estaba despidiendo cuando escuche a un reportero entrevistar a un sobreviviente de un incendió ocurrido en un cine no lejos de casa.

---Bueno--- decía el joven con voz agitada, ---cuando las alarmas empezaron a sonar los empleados del cine entraron diciendo que saliéramos ordenadamente por las salidas de emergencias y todo eso. Pero tú sabes como es la gente. To' el mundo empezó a empujar y a querer salir primero. Y cuando vieron que las salidas de emergencia no abrían, ahí fue que se armó un revolú, y la gente pasándole por encima a los demás. A mi me agarraron por un brazo y yo empecé a tirar puños también...

---¿O sea que es cierto lo que se han venido diciendo de que las salidas de emergencias no abrieron?

---Por lo menos en la sala que yo estaba no las pudieron abrir.

---Ya lo han escuchado ustedes. Y como bien lo dijeran anteriormente oficiales de la policía y del cuerpo de bomberos, es muy probable que haya habido mano criminal, por el hecho de que al parecer algunas salidas de emergencia habían sido deliberadamente bloqueadas. Hasta el momento se han reportado ochenta y seis murtos, la mayoría de ellos mujeres y niños, fallecidos al ser atropellados por la multitud que buscaba desesperada escapar del lugar. Es un suceso terrible, y las autoridades indican que pudo haber sido mucho peor de haber ocurrido entrada la noche cuando es el momento de mayor concurrencia...

Yamileth, que se había acercado poco a poco y sentado junto a su esposo, abrazaba a su niña, quien estaba de pie entre sus piernas cepillando el cabello a una muñequita.

---Yo estuve a punto de llevarme a los nenes a ver una película...

Ella y Luis se miraron. la niña se subió al sofá y se sentó entre los dos. Luis le dio un beso en la cabeza. Después que yo me fuí, Luis continuó viendo las noticias mientras cenaba frente al televisor. El presidente de los Estados Unidos anunciaba la restauración de las relaciones con Cuba tras más de medio siglo de embargo. Tras la muerte de Castro Cuba entró en un proceso de transformación similar al que ocurriera en España tras la muerte de Franco. Algo así como: ni hablemos de eso y hagamos como que nunca ocurrió. Las noticias que siguieron a esta echaron por tierra el alegado triunfo de la paz y seguridad proclamada por el presidente en su discurso. Las guerras entre narcotraficantes continuaba cobrando vidas aquí y en todo el mundo. Dos trenes chocaron en Carolina del Norte. Un avión de pasajeros se estrelló en España, otro en Rusia, y otro en Japón. Un suicidio en masa en Tailandia. Un terremoto sacudió América Central, y otro al sur de Italia. Y una fuga radioactiva en la India arrasó una población entera. Cuatro bombas estallaron matando a centenares de personal, la primera en Cachemira, otra en Bagdad, otra en Manila y la cuarta en Jakarta. Al final del noticiero Luis había contado casi medio millón de muertos entre noticia y noticia.

Esa noche, mientras hablaba con su mujer acerca de la casa, Yamileth se acordó de doña Marina y le contó a Luis sobre ella y sobre Alberto. Entonces se acordó de su cita del sábado con doña Marina, y se dió cuenta que si se iban a mudar esa semana, no estarían allí para recibirla el sábado. Pero Luis le dijo que podían ir a ver a Alberto al hospital, y contactarla por medio de él.

Todos los domingos de mañana Luis iba a casa y nos poníamos a lavar los carros. Eso ya era rutina. Una escusa para pasar un rato hablando de lo que fuera. Pero ese día vino a buscarme para que le ayudara con su mudanza. No había siquiera llevado a su esposa a ver la casa como habían planeado la noche anterior, pues ella insistió en que no era necesario. Madrugó ese domingo para comenzar a empacar. Muchas veces uno está con alguien y no tiene tema de que conversar. Pero cuando nos juntábamos Luis y yo nunca nos faltaba tema. Tal vez por eso es que llegamos a ser tan buenos amigos. ¿O será que por ser buenos amigos es que nos atrevíamos a hablar de lo que fuera? Desde que mi madre se fue a Santa María y me quedé solo en la casa, pretendí darme la vida de adulto soltero. Cada vez que hablábamos del tema, Luis siempre defendía la vida de casado, mientras yo esgrimía los mismos argumentos de siempre tratando de hacer ver la soltería como la mejor opción. Aunque yo sabía que no engañaba a nadie.

---Tu tuviste suerte de encontrar la una entre un millón. Cuando yo encuentre la mía te aviso.--- le decía.

Para Luis su vida de esposo y padre era su religión. Para mi la vida de soltero era una mierda; pero no encontraba en ninguna parte una mujer que se pudiera merecer que yo la amara con la devoción con que Luis amaba a Yamileth. O mejor dicho, nunca aprendí a amar la mujer que mereció que yo la amara con tal devoción. A todas las mujeres que conocía les encontraba algún defecto. Luis decía que eran manías mías. Pero yo estaba convencido de que el mundo era tal y como yo lo apreciaba. Que las mujeres solo estaban pendiente al dinero y al lujo. Que nadie se preocupaba por los sentimiento sino solo cuando era heridos los suyos, pero por lo demás no vacilaban en violar la dignidad de otro ser humano. Todo el mundo estaba envuelto en una carrera sin fin por ver quién moría con más juguetes. Como si el propósito del ser humano en la vida fuera el llegar a ser la envidia de los demás. Que las mujeres no escogían al hombre por su carácter, ni siquiera por su apariencia, sino por su carro y la cantidad de dinero en su cartera. Yo no confiaba en nadie. Si acaso, tal vez en Luis y en mi madre. Era un amargado que por lo vivido había perdido toda confianza en la humanidad. Cada vez que estando solo en mi casa me venían a la mente estos pensamientos, me sentaba a ver la película Scar Face, solo por ver la escena en el restaurante cuando Tony Montana pregunta sí eso era todo en la vida: "comer, beber, oler, chingar, mamar..." para al menos escuchar que alguien en este mundo, aunque fuera el personaje de una película, compartía mi desilusión con la vida. Porque al ver mi vida no le encontraba significado. Deseaba algo mejor pero no sabía qué era ni dónde encontrarlo. Y en mi desvarío terminé haciendo aquello que criticaba. ¿Será que Alejo Carpentier tenía razón? ¿Que és parte de la naturaleza humana sentirse inconforme con su estado actual cualquiera que este sea? ¿Que en el reino de este mundo siempre veremos defectos; y que solo en el reino de los cielos la lucha y el esfuerzo por alcanzar la felicidad no tienen razón de ser? Para un ateo aquello no eran sino malas noticias. Como me dijera Luis un día: "Si Dios no existe, entonces no hay esperanza de que el bien algún día triunfe sobre el mal." Yo sabía que la raza humana era incapaz de salvarse a sí misma de la injusticia social; y a la misma vez vivía convencido de que el reino de los cielos era una creación humana para distraer nuestras mentes de ello. Aunque no sabía si la religión había sido creada por el opresor para mantener oprimido al oprimido, o si había sido creada por el oprimido para darse a sí mismo esperanza de que algún día se libraría del opresor; la conclusión era la misma: La religión no es más que un plasebo.

Es gracioso. Yo siempre me consideraba estar por encima de la mayoría, porque dedicaba mi mente a pensar en estas cosas. Pero ahora veo que yo también era culpable de los mismos pecados de los cuales acusaba la humanidad. Toda aquella filosofía tenía un único propósito, excusar mi no creencia en Dios. No era producto ni tenía como objeto el conocer o entender la verdad, sino en crearla. Mi propia verdad. Aquella que me convenía y que excusaba mis pecados. Pues yo también viví una vida egoísta y materialista. Pero me excusaba a mi mismo diciendo que los demás lo hacían porque son malos; pero yo lo hacía porque tenía que sobrevivir en un mundo de malos. Aun después de aquel domingo de la mudanza; cuando filosofando sobre las mujeres y el matrimonio, Luis me dijo: John Lennon tenía razón. Lo único que necesitamos es amor, y yo consentí; seguí viviendo mi vida como si no lo hubiera hecho. La realidad es que yo nunca supe que era el amor ni dónde encontrarlo. Sí, todo eran manías mías, como Luis decía. No era más que un engreído que pretendía que la gente actuara y viviera como yo quería. Por eso es que terminé solo, porque mi arrogancia era tal que ni mi madre me soportaba. Y si Luis era mi amigo es porque nuestra amistad venía desde la infancia. Antes de que me volviera un perfecto idiota. Pero de habernos conocido de adultos seguramente no me hubiera soportado, así como su esposa no me soportaba.

---Si, lo único que hace falta es amor pero los seres humanos somos egoístas por naturaleza. Nadie quiere a nadie sin esperar ganar algo a cambio ---le dije.

---Cuando uno ama a alguien ---contestó Luis--- por supuesto que desea algo a cambio. Desea ser amado también.

Cuando llegamos a la casa Luis me contó de la enfermedad de Alberto. Luis fue a visitarlo al hospital el día después de la mudanza. Yo me esperé hasta el próximo fin de semana. Cuando le pregunté cómo estaba me dijo mejor de lo que jamás he estado en la vida. Estaba flaco hasta los huesos y pálido. Hasta los cabellos de su cabeza lucían más finos y frágiles, y tenía unas úlceras alrededor de la boca. En fin, se estaba muriendo. Se podía ver a simple vista. Aunque le pusieron la "recién descubierta" vacuna contra el SIDA ya había estado tiempo suficiente con la enfermedad como para adquirir hepatitis, tuberculosis y quien sabe cuantas enfermedades más. ¿Cómo entonces decía que nunca había estado mejor? Recibí su respuesta sin tener que hacer la pregunta. ---"Cristo al fin me alcanzó."--- Lo primero que me vino a la mente fue "desesperación de moribundo". Pero traté de contener mi escepticismo y mostrarme alentador.

---Eso es bueno. El creer en Cristo te ayuda a tener una actitud positiva. Eso ha ayudado a mucha gente a sobrevivir hasta cáncer.--- Mientras decía eso pensaba: ---"Que montón de estupideces estoy diciendo."--- Y su respuesta me hizo sentir más estúpido aún

---Dios puede sanarme si quiere. Pero no estoy esperando que me sane. Ya él ha hecho un milagro aún mayor; ha abierto mis ojos a la luz. No soy un moribundo desesperado que después de agotar todos los recursos de la medicina ahora espera un milagro del cielo.

Siendo un ateo, mi deporte favorito era poner en evidencia la "estupidez" de todo aquel que creyera en algo que no fuera probable a través del método científico. No fue con premeditación que traté de hacer lo mismo con Alberto. Solo me salió natural.

---¿Pero acaso Dios no quiere que sus hijos sean felices ¿Por qué no habría de sanarte si realmente tiene el poder para hacerlo?

---Claro que Dios tiene el poder para sanarme. Y por supuesto que desea que seamos felices. Pero su principal objetivo es salvarnos. Y sí para lograrlo tiene que dejarnos padecer en esta vida, ¿qué es esta vida en comparación con la vida eterna?

---Así que Dios te ha dado esa enfermedad para salvarte.

---No. Dios no me dio esta enfermedad para salvarme. Tampoco para castigarme. Esta enfermedad me la provoqué yo mismo. Nunca has leído que Cristo está a la puerta y llama. Eso es todo lo que él hace. Simplemente se para en la puerta y nos llama. Él no trata de forzar la cerradura, no se cuela por la ventana, ni tira la puerta abajo de una patada. Él humildemente permanece afuera; y espera que en algún momento dejemos de estar tan concentrados en las cosas de este mundo que podamos escuchar su voz. Eso es el libre albedrío. Él me llamó toda mi vida, pero yo no lo escuché. Yo fui como el hijo pródigo. ¿Sabes? Desde niño tuve la oportunidad de disfrutar del amor del Padre, pero siempre me negué. Aquella noche cuando me encontraste tirado en aquel hospitalillo, me vi a mi mismo tirado entre los cerdos. Fue allí que por primera vez pude oir la voz de Cristo. También te está llamando a ti. No esperes hasta encontrarte tirado entre los cerdos para responderle.

Si hubiera escuchado a Alberto en aquel momento, me hubiera librado de esta angustia de muerte; pero endurecí mi corazón e hice lo que hace todo hombre desesperado. Le di un golpe bajo.

---Si Dios es tan bueno, ¿por qué permitió que Rafaelito muriera? ---le dije.

---Ese es el problema con nosotros los seres humanos. No le damos a Dios espacio alguno en nuestras vidas, pero cuando algo malo pasa queremos que intervenga. Y vivimos la vida echándole la culpa a Dios por el mal que nosotros mismos creamos. No esperes que Dios venga y abra el Mar Rojo si no eres fiel como Moisés. Esa misma actitud fue la que me llevó a destruir mi propia vida. Pero entiende algo. Dios no es el causante de los sufrimientos y los males en este mundo. Tampoco fue él quien quiso que Rafael muriera. Ni tampoco quiso que yo destruyera mi vida metiéndome droga. Todo eso fueron resultados de decisiones y acciones humanas. Pero Dios es sabio y sabe como sacar cosas buenas aun de nuestras malas decisiones, si nos volvemos a él. Ahora sé que vendrá un día en que volveré a ver a mi hermano. Esa es mi esperanza y mi fe. No necesito que Dios me sane. Ahora mi vida es Cristo y el morir me es ganancia. Pues si Dios me pone a dormir ahora, la próxima vez que abra mis ojos, todo el sufrimiento habrá terminado, y hasta volveré a ver a mi hermano.

---¿Y cómo tu sabes que Rafael va a estar allí? Él nunca aceptó a Cristo ni nada de eso.--- le dije mientras pensaba; Sí, sí. Cristo viene. Ya llevan más de dos mil años diciendo lo mismo.

---Tú conociste a Rafael. --- me dijo--- Tú sabes que nunca fue malo. Claro que hacía sus travesuras y todas esas cosas que los niños hacen. Pero en su concepto de lo que era bueno y malo hizo lo bueno. La justicia de Dios no es como la de los hombres. Él nos juzga conforme a nuestro conocimiento. No letra por letra de lo que está escrito, sino por la inclinación de nuestro corazón. La inclinación del corazón de mi hermano, desde donde mi memoria alcanza hasta el día en que murió fue hacia el bien. Tú también siempre has sido bueno. Te preocupabas por mi. Por defenderme... Conforme a tu conocimiento sobre lo que es bueno y lo que es malo tu corazón se inclina hacia lo que es bueno...

---Pues, eso lo dice todo. Yo también soy salvo.--- respondí.

---No. Porque tú tienes hoy la oportunidad de conocer más acerca de cual sea la voluntad de Dios. Dios no te juzga por lo que ignoras. Pero si tuviste la oportunidad de saberlo y simplemente no te dio la gana saberlo, ya la historia es diferente.

---No pierdas tu tiempo predicándome porque yo ya he escuchado todos los sermones habidos y por haber; y no creo que haya cosa alguna que tú me puedas decir que me convenza. Pues al fin y al cabo si Dios es tan amoroso, ¿cómo es que no nos perdona a todos de una vez y arregla este mundo? Y si todo lo sabe, ¿por qué creó al diablo y permitió que todo se fastidiara?

---Porque Dios es amor.

---¿Y?

---Dios es amor. Y el que tiene amor necesita amar. Por eso Dios nos creó. Porque necesitaba a quien amar. ¿Haz visto alguna vez una abeja en la noche revoloteando alrededor de un foco encendido? Es porque las abejas fueron creadas con una función. Y todo el día lo pasan buscando flores. Yendo y viniendo de la colmena, utilizando el sol como guía. Pero a veces llegan tan lejos que el sol se pone antes de que logren llagar al panal; y terminan confundidas revoloteando alrededor de alguna bombilla. Sabes. Dios pudo habernos hecho así. Como las abejas. Sin voluntad propia. Programados para hacer su voluntad sin importar qué. Eso es lo que nosotros hubiéramos hecho de haber estado en su lugar, porque somos egoístas. Pero Dios es amor. Necesita amar y que le amen. Y el amor solo puede ser voluntario. Y solo un ser racional puede tener la voluntad de amar. Dios sabía que al crear seres que pudieran razonar estos decidirían no amarle, pues aunque fueran racionales como él, no entenderían el bien y el mal de la manera que él los entendía. Pero también vio que una vez esas criaturas vieran las consecuencias del pecado, podían llegar a ser lo que él anhelaba. Así que sabiendo las consecuencias y el resultado final, Dios concluyó que el resultado final bien valía el sacrificio inicial. Así creó Dios los ángeles y a nosotros. Y nos creó perfectos. Tan perfectos como un ser creado podía ser.

No me gustó que un muchacho que apenas llegó al séptimo grado me diera lecciones de filosofía, así que lo interrumpí. ---Alberto, me alegro por ti que te sientas feliz. Que estés positivo. Pero no esperes que yo comience a creer en Dios y en la Biblia y esas cosas. Yo solo creo en hechos...

---Ver para creer.--- me dijo. ---Bienaventurado el que no vio y creyó. No esperes a ver algo sobrenatural para creer. Puede que cuando lo veas sea demasiado tarde. Oye, no fue mi intención sermonearte. Es que... ya tú sabes... de la abundancia del corazón habla la boca. Espero que esto no te desaliente a venir a visitarme de vez en cuando.

---No te preocupes. Pero espero la próxima vez ir a verte a tu casa y no aquí.

Siempre creí que los que creían, creían simplemente porque querían creer. Pero nunca lo miré desde el otro lado. Que los que no creíamos, no creíamos porque no queríamos creer. Alberto tenía razón. Yo no creía en lo sobrenatural porque nunca había visto algo sobrenatural ocurrir. O tal vez cosas sobrenaturales pasaban a mi alrededor, pero como no las quería ver no las veía. Acababa de ver a Alberto y hablado con él por largo rato sin oirlo proferir una sola maldición. Ni siquiera un pensamiento negativo. Ni siquiera se molestó conmigo por portarme como un perfecto idiota frente a su lecho de enfermo. Salí del hospital porque en realidad no quería seguir escuchando lo que Alberto decía. Y no hice más que llegar a la casa de Luis y retomé el tema donde mismo lo había dejado.

---Dios creo al hombre perfecto ---decía la tía de Alberto cuando entré a la sala---. Había sido creado a imagen de Dios. Y así como Dios es amor también el hombre lo era cuando salió de su mano...

La visita de la tía de Alberto se había convertido en un estudio bíblico. No por accidente o por casualidad, sino con toda premeditación y alevosía de su parte. Yo inmediatamente traté de escabullirme e irme a jugar con los niños al cuarto, pero el bebé estaba dormido y la niña estaba sentadita muy atenta en la falda de su madre.

---La naturaleza del hombre era el amor ---continuó---. Pero al entrar el pecado se tornó egoísta.

¡El ser humano egoísta por naturaleza! Eso era lo mismo que yo siempre decía, así que se me despertó la curiosidad por el tema, y ya no intenté escaparme. Otra característica de nosotros los seres humanos, producto de ese mismo egoísmo; nos gusta que nos den la razón. También Luis había pretendido dejar a su esposa atendiendo a su visita y desaparecer, pero cuando doña Marina entró, Luis vio por primera vez como Ramón parecía tener conciencia de lo que ocurría a su alrededor, pues su mirada perdida se enfocó en ella y hasta pareció que sonreía. Yo reconocí la tía de Alberto tan pronto la vi. No había cambiado mucho. Solo que su cabello ahora era gris y no castaño. Aunque los adventistas acostumbraban ir a la iglesia los sábados, para aquel entonces hacía más de un año que ella solo iba ocasionalmente. Su iglesia había cambiado mucho en los últimos diez años. Algunos miembros se habían vuelto radicales y en extremo austeros. Esos miembros decían de si mismos que aquello era un reavivamiento. Mientras que otros se tornaban más liberales y luchaban contra las normas y tradiciones de la iglesia como si se tratara de abolir la esclavitud. Con el tiempo, los fanáticos terminaron en su mayoría abandonando la iglesia. Algunos uniéndose a otras denominaciones que compartían sus ideologías represivas y otros creando sus propias sectas, pero todos acusando de corrupta la iglesia a la cual alguna vez pertenecieron. Entonces el secularismo dominó la iglesia y esta se transformó en una especie de club social. Un lugar de sano entretenimiento. Los himnos tradicionales fueros sustituidos por música más alegre y festiva. Y los sermones se tornaron políticamente correctos para no herir la sensibilidad de nadie. Y todos repetían la misma aseveración que aquellos fanáticos una vez dijeran; "estamos experimentando un reavivamiento". Pero el reavivamiento consistía en mayor volumen en el audio, mayor velocidad en el tempo de la música, en alzar los brazos y dar palmadas. Miembros se casaban y se divorciaban. Los chismes de fornicación, adulterio y corrupción corrían por los pasillos. Pero todo lo arreglaban con decir "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra." Doña Marina vivía vergüenza ajena. Ella y algunos otros se dieron cuenta de lo que pasaba; pero al expresar su sentir fueron acusados de ser unos fanáticos como aquellos austeros que otrora habían abandonado la iglesia y ahora la difamaban. Pero ese no fue el caso con doña Marina. Aunque los servicios de los sábado le parecían más sacrilegio que culto, ella continuó yendo aun cuando se sentía despreciada. Eso sí, iba todos los lunes y miércoles sin falta. Ella y unos otros quince miembros eran los únicos que asistían a la iglesia esos días, mientras que los otros trescientos y tantos miembros lo hacían en sábado. Era como si hubieran dos iglesias en vez de una. Finalmente terminó mudándose a una iglesia mucho más pequeña cuya membresía apenas alcanzaba los cincuenta miembros.

---El ser humano perdió la capacidad de amar cuando Adán y Eva pecaron --- continuó diciendo---. Hoy día la única manera en que un ser humano puede llegar a amar es mediante el Espíritu Santo. El amor es fruto del Espíritu. Y según dice San Pablo en la primera carta a los Corintios capítulo trece, excede a todos los dones. Cuando Dios restaure este mundo el ser humano volverá a ser como fuera al principio cuando salió de la mano de Dios. Por eso es que hablando de los dones Pablo dice: "...las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas..." Porque esos dones solo tienen función en este mundo de pecado. Pero en la Tierra Nueva solo el amor continuará existiendo. Pero entonces será parte de nuestra naturaleza como al principio.

---Pero, es que yo amo a mi esposa ---interrumpió Luis---, y no tengo el Espíritu Santo.

---Créeme que el Espíritu Santo siempre ha estado guiándote a ti y a tu esposa...

---Pero es que el Espíritu Santo da señales ---añadió Yamileth.

---Es verdad que el Espíritu da señales, mas no son del tipo de señales que aprendiste de niña. Pero eso ya sería tema para otro día; y ya hemos hablado bastante. Pero antes de terminar quisiera preguntarte; ¿por qué tú llegaste a amar a tu esposa?

---Bueno, a mi me agradó desde la primera vez que la vi, pero nunca tuve la intención de enamorarla. Siempre pensé que un tipo como yo no era digno de una muchacha como ella. Ella fue la que me demostró amor primero.

---¿Sabes qué? Cristo también nos amo primero. Nosotros ni le conocíamos y él nos demostró amor muriendo por nosotros. Él dijo: "si fuere levantado, a todos atraeré a mi mismo." Cristo ya fue levantado en la cruz y nos está atrayendo hacia él. Estamos gravitando entre dos fuerzas; nuestra naturaleza egoísta que nos atrae hacia la autocomplacencia, y Cristo en la cruz que nos atrae hacia el amor. La dirección en que vallamos va a depender de adonde fijemos nuestros ojos. Tú no te has dado cuenta aún, pero el Espíritu Santo te lo hará ver. Si ustedes quieren podemos continuar el sábado.

---Claro.--- dijo Yamileth.

---¿Y que les parece si tenemos una oración?--- dijo poniéndose de pie. Todos la seguimos. Ella cerró los ojos y comenzó a orar. Yamileth la acompañó, pero Luis y yo nos quedamos con los ojos abiertos mirándonos. Entonces Luis vio que su hija también lo miraba y cerró los ojos. La niña lo imitó. Yo me quedé mirando a Ramón en su silla de ruedas con su mirada perdida. Al terminar la oración doña Marina comenzó a cantar:

Fija tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor,
y lo terrenal sin valor será a la luz del glorioso Señor.

Salí de allí incrédulo como había llegado. Pero mi concepto sobre lo que era el amor era más sustancial que una semana atrás cuando me subí al carro de Luis para acompañarlo a hacer su mudanza. Pero como Alberto me dijera; pude haber sabido más, pero no me preocupé por hacerlo. Cuando llegamos al caserío a recoger la mudanza ya los muchacho casi habían subido todo al camión. Pero ni Luis ni sus hermanos querían que nadie del caserío supiera para dónde se mudaba. Solo los dos hermanos mayores de Luis nos acompañaron. Entre los Kanes, Luis, Yamileth y yo descargamos el camión. Aquello fue como en los viejos tiempos. Por un momento, ese día, sentí que regresaba a los días de mi niñez, con los hermanos de Luis con sus loqueras y sus bromas... Ese domingo para mi fue un buen día. Por primera vez en mucho tiempo me dormí sin pasar horas cavilando en mi mente sobre lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que pueda pasar. Pero el sábado siguiente no fue así. Ya tenía suficiente en que pensar con las palabras de Alberto y con las de su tía, cuando de camino a casa me llamó Cecia Kaligtasan, una muchacha que conocí en mi primer año de universidad. Estaba enamorada de mi, y habíamos estado juntos en varias ocasiones, pero cuando vi que lo estaba tomando muy en serio le confesé que yo nunca la llegaría a querer del modo que ella quería. Sí. Como Luis decía: a todas las mujeres que conocía les encontraba algún defecto. El mayor de Cecia es que era demasiado supersticiosa. Se persignaba cuando pasaba frente a una iglesia o un cementerio; hasta que no leía su horóscopo no funcionaba. Lo que comía y lo que vestía estaba sujeto a lo que leía en una revista de esa que hablan de ovnis, chupacabras y gente que vio a Elvis en algún mall, la cual compraba mes tras mes sin fallar. Antes de que nos hiciéramos amigos me escuchó decir una vez que el cigarrillo era un vicio pendejo, y eso bastó para que dejara de fumar. Pero en cuanto a que dejara sus supercherías, no lo conseguí por más que lo intenté. Siempre que me veía leyendo el periódico me pedía que le dejara leer su horóscopo. En dos o tres ocasiones yo mismo le leí uno al azar y le pregunté si lo que decía le pegaba. Luego le decía que no debería, pues el signo que había leído no era el de ella. Pero eso solo sirvió para que no me permitiera leérselo más. Lo último con que le había dado era con que habían espíritus en el apartamento que había alquilado. Cuando me llamó esa noche solo me dijo que tenía que hacer algo, pero que le daba miedo hacerlo sola, y quería que yo la acompañara. Yo pensé que era solo una excusa para que fuera a su casa, así que paré en la farmacia a comprar un paquete de condones. Ella había llamado a una línea síquica y le habían dicho que en ese apartamento había vivido alguien que practicaba brujería, y que por eso habían espíritus en la casa. El individuo le dijo que tenía que conseguir un coco, asperjar el agua por todo el apartamento mientras repetía unos rezos. Luego tenía que llevar ese coco a una intersección de dos caminos, y en medio del cruce quebrar el coco contra el suelo e irce sin mirar hacia atrás. Cuando llegué al apartamento y ella me explicó todo, pensé que eso era lo más ridículo que jamás le hubiera escuchado decir. Y así mismo se lo hice saber. Pero me quedé a acompañarla mientras hacía su estúpido ritual, porque hacía como tres meses que no estaba con una mujer, y estaba dispuesto a soportar lo que fuera para hacerlo esa noche. Cecia hizo todo lo que le había indicado el síquico. Nos subimos en su carro y llegamos hasta un cruce en una urbanización cercana. Estacionó el carro de tal manera que quedó viendo en dirección contraria al cruce y me hizo jurarle por mi madre que no iba a mirar hacia atrás cuando ella rompiera el coco, o de lo contrario los espíritus encontrarían el camino de regreso. Nos bajamos del carro y caminamos hasta el cruce. Un automóvil pasó y luego quedamos los dos solos. Un perro callejero que andaba por los alrededores fue el único testigo de aquello. Ella levantó el coco en alto y lo tiró con todas sus fuerzas contra el pavimento y comenzó a correr hacia el carro. Yo corrí detrás de ella sin mirar atrás. No porque me hubieran hecho jurarlo por mi madre, sino porque cuando el coco se quebró en el suelo se escuchó un grito desgarrador como de muchas voces unísonas. El cabello se me encrespó en todo el cuerpo. Y hasta el perro que por allí estaba nos pasó por el lado corriendo a gran velocidad. Nos subimos al auto y ni siquiera me atreví mirar por el espejo. Cecia no hallaba donde poner la palanca de los cambios. Cuando finalmente llegamos a su apartamento lo único que le dije fue: "Si quieres que yo te vuelva a visitar algún día múdate de aquí."

¿Cómo racionalizar aquello tan vívidamente vivido? Como decía una de las canciones que don Quique solía escuchar: No se puede negar la existencia de lo palpado, por más etéreo que sea. Había algo sobrenatural en este mundo material. Algo que escapa a nuestra vista, pero que está ahí. Siempre negué su existencia, pero ya no podía hacerlo más, pues acababa de estrellarme contra ese algo. Lo sentí, como un soplo maligno que me erizaba la piel y se me adentraba por los poros. Lo vi en la basurilla barrida por aquel viento que sopló en todas direcciones desde aquel cruce, y en la estrepitosa huida de aquel perro amarillento. Lo escuché en aquel grito desgarrador, en los chillidos angustiado del perro y en el ruido de las uñas de sus patas raspando contra el pavimento al impulsar su huida. Lo viví. Nadie me lo contó. Yo lo viví. Y quisiera nunca haberlo hecho.

Al terminar aquel sábado tres de mayo, todas mis creencias, aquello que yo tenía como la mayor muestra de mi razón y de mi inteligencia, había sido echado por tierra.

Capítulo 5

Esto no es una publicación oficial de la Iglesia Adventista de Séptimo Día, ni pretende representar el sentir oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ni de ninguna otra organización religiosa. Todo el contenido es responsabilidad del autor; Víctor M. Monsanto Ortega.

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