El Fin De Todos Los Males

Capítulo 7

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Oh hombre, él te ha declarado lo qué es bueno, y lo qué pide de ti Jehová: solamente hacer justicia, amar misericordia, y ser humilde para andar con tu Dios. Miqueas 6:8

Mientras leía la descripción de la quinta década en Memoria de mis putas tristes en mis días de universitario, pensaba: Todo eso me pasa a mi. ---Según García Márquez yo soy un viejo cincuentón de diecinueve años.--- Pero la verdad es que los huecos de la memoria, la manía de usar palabras en italiano, el orinar sentado y demás manías no eran las únicas similitudes que compartía con el protagonista de aquella novela. Esta noche, mientras repaso mi vida, he llegado finalmente a conocerme a mi mismo. Veo cómo, al igual que Ismael, fui indiferente al dolor ajeno. Luego, no solo no me importaba el sufrimiento de los demás, sino que hasta me burlaba. ---Bueno que le pase, por morón--- decía cuando veía gente en desgracia. Ya el momento de mi muerte está cerca; pero de no haber sido así, ¿cuanto me hubiera tardado para llegar a consumar el grado de mi maldad? ¿En traicionar a los que estaban a mi lado cómo hizo Maelo? ¿Cuanto tiempo para irme en contra de mi propia madre, de Luis, de su esposa y sus niños? Tal vez todo ha pasado tan rápido que no tuve tiempo a reaccionar. Es que estaba tan ocupado en la ambición y la autocomplacencia que ni cuenta me di de que el mundo se acababa, y ni siquiera tuve tiempo de decidirme ni por un bando o por el otro. He quedado en el limbo... ¡Ja! Otra vez estoy pensando disparates. Como si existiera un punto intermedio entre buenos y malos. "El que no es conmigo, contra mi es. Y el que no recoge, desparrama." El que es indiferente al mal es tan culpable como el que hace el mal. ¿Cómo es posible que haya permitido que el fin me sorprendiera así? Sobre todo, viendo las señales.

Yo no fui el único con la idea de mudarse. La tía de Alberto puso su apartamento a la venta tan pronto se aprobó la ley dominical el primero de julio. Luís compró una parcela en un campo del area oeste con el dinero del Álamo. Toda esta urgencia por mudarse a causa de la ley dominical que, decían ellos, era una señal profética que señalaba el momento en que la gente debía abandonar las ciudades para escapar de las grandes calamidades que en ellas ocurrirían, me parecían tonterías. Y en realidad el único tonto fui yo. Camino a su nueva casa, Luis y yo hablábamos de su juicio en corte, cuya primera vista había ocurrido en diciembre durante mi enfermedad; y así nada más cambió el tema y salió hablándome de Cecia. ---Sabes. Yo creo que Cecia es la mujer que a ti te conviene.

---Tú lo dices porque es tu hermanita en Cristo.

---Bueno, eso es parte. Pero también estaba considerando el factor de que ella está enamorada de ti; y amor es algo difícil de encontrar. Si lo dejas pasar, quien sabe cuando se volverá a cruzar por tu camino.

---Si, poeta que todo lo compones. Pero considera el factor de que yo no estoy enamorado de ella.

---No sé. Es trigueña y echadita pa' tra, como tu dices.

---Yo soy como Tito Rodríguez; Me gustan todas en general.

---Bueno... ---dijo, y se quedó callado por buen rato.

Ahora me doy cuenta cual era el problema conmigo. A mi simplemente no me gustaba que nadie me dijera que hacer. Aun si era algo que ya tenía la intención de hacer, si alguien me decía que lo hiciera ya perdía todo interés en hacerlo. Ese orgullo que siempre padecí era producto de esa misma naturaleza egoísta que siempre criticaba y por la cual yo mismo fui siempre dominado. Tanto tiempo andando juntos, Luís ya me conocía mejor de lo que yo me conocía a mi mismo. Saltando nuevamente a un tema al parecer diferente, comenzó a hablar de Pedro y Judas.

---Pedro negó a Cristo tres veces. Judas lo entregó por dinero ---decía---. ¿Sabes por qué Judas se suicidó y Pedro no? Por el orgullo. Los discípulos eran un bonche de pescadores ignorantes y toscos. Y ellos mismos lo sabían. El único que no compartía esas características era Mateo. Y ese estaba aun peor que ellos, porque era un publicano. Un traidor a la patria. Sin embargo Judas era un escriba. Un tipo educado. Los discípulos lo consideraban superior a ellos. Y él mismo también se consideraba mejor. Pedro pecó, pero se humilló. Reconoció su error y fue perdonado. Pero a Judas el orgullo no le permitió hacer lo mismo, y prefirió suicidarse a vivir con la vergüenza de haber sido quien entregó a Jesús. Pedro sintió arrepentimiento. Judas sintió vergüenza. El arrepentimiento es producto del amor. La vergüenza es producto del orgullo. ¿Sabes? La gente se complica la vida buscando que es lo que hay que hacer para ser salvo. Y lo único que hace falta es ser justo, misericordioso y someter nuestro orgullo. Palabras del profeta Miqueas.

---Pues este Judas dice: Pedro cambia el tema.

---Yo solo decía...

Cuando Luís se mudó se acabaron los domingos de lavar los carros. ya solo nos veíamos para los cumpleaños de los niños, o cuando Luís venía a las vistas de su juicio en corte. Mientras todos se mudaban fuera de la ciudad, yo me mudé más adentro. En la misma zona bancaria. Ahora me tomaba menos tiempo llegar a la oficina caminando que en auto. Pero las cosas me iban muy bien en el trabajo; y el nuevo carro que me compré no podía dejarlo guardado. Había que presumirlo. ¿Cómo llegué? Fácil. Era un hombre educado y bien parecido en un mundo dominado por mujeres. Mi trabajo me costó unas cuantas dormidas con una señora de cuarenta y ocho años que era miembro de la mesa de directores, y estaba casada con un modelito de segunda unos dieciocho años menor que ella. El de la sonrisita torcida en el anuncio del enjuagador bucal. Mientras la miseria y el desempleo arropaba a la mayoría de la población, yo logré colarme en la oligarquía. Fue entonces que realmente comencé a darme la vida de adulto soltero. Todas las semanas estaba con una muchachita diferente. Hasta con la muchacha de la limpieza. Pero comenzó a ponerse imprudente cuando me vio con otras mujeres, y la despedí. Conocía tantas mujeres divorciadas que hasta me dieron ganas de casarme y divorciarme solo por estar a la moda. Me la pasaba de fiesta en fiesta, porque no podía vivir de otro modo. Pues un minuto de soledad bastaba para convertir en burla las risotadas de toda una noche de vicio y orgía. Cada vez que me encontraba solo, sin el auxilio de vanal distracción, era un encuentro con la realidad de mi vida vacía. Un día sonó el teléfono, y al contestarlo escuché la voz de Cecia al otro lado. Me había llamado para contarme que Alberto estaba enfermo y lo habían recluido en un hospital cerca de donde yo vivía. Con todo y que no eran buenas noticias, su llamada no dejó de agradarme. Y aunque disimulé indiferencia, traté de extender la conversación lo más posible, solo por el placer de escuchar su voz. Todas aquellas mujeres solo buscaban sacar algo de mi. Placer, dinero, favores... Mientras que Cecia nunca quiso sacarme nada, sino completar lo que me faltaba. Pero ella ya se había resignado. Y yo, por mi orgullo, no quise dar el primer paso. ---Para atrás ni para coger impulso ---decía. Idiota. no me di cuenta que cuando se va en la dirección equivocada volver atrás es la decisión más sensata. Su voz sonaba más dulce que nunca. Sus expresiones eran claras y transparentes. No sentía ninguna preocupación por saber que se traía entre manos, pues lo que decía eso era. Y mientras pensaba en ello, reconocí que de seguro ella no pensaba lo mismo de mí. Ahora recuerdo lo que Ramón nos dijera un día a Luís y a mi: "Nunca digan mentiras. Y todo lo que prometan cúmplanlo, pues el hombre que no tiene palabra no tiene nada". Cuando Cecia colgó el teléfono me di cuenta que a pesar de tener tantas mujeres, la extrañaba. Y que aun cuando tenía todo lo que siempre quise, no tenía nada.

Cuando fui a ver a Alberto lo encontré muy mal. Su respiración era muy débil y lo tenían con oxígeno. Cuando abrió los ojos y me vio la cara de tristeza me dijo: ---Acuérdate que para mi el vivir es Cristo y el morir es ganancia. La próxima vez que abra los ojos veré a mi Salvador. Asegúrate de estar allí tú también.--- Entonces comenzó a toser hasta quedar si aliento. La enfermera entró al cuarto y me hizo salir. Cuando volví al día siguiente su mamá y su tía estaban sentadas junto a ambos lados de la cama, y Alberto yacía inconciente. Al otro lado de la habitación, había un matrimonio joven. En la cama postrada, estaba su hija. Padecía una enfermedad en los huesos que los hacía frágiles como cristal. La niña tendría unos doce años. Había perdido todo el pelo de su cuerpo a causa de las terapias. Pero la enfermedad había continuado avanzando y los médicos ya no le daban ninguna esperanza de vida. Por más que quería, no podía apartar mi vista. Como un llamado a la realidad. Entonces sentí una angustia parecida a la que siento esta noche. No exactamente los mismos sentimientos; pues no sentí en aquel momento la resignación de condenado a muerte ni la decepción que ahora me produce el saber que pude haber hecho algo y nunca hice nada. Pero el mismo sentimiento de culpa que ahora siento, me tocó por primera vez aquel día, de pie entre las camas de Alberto y de aquella niña. No pude soportarlo más y salí del cuarto. Desde afuera comencé a escuchar los sollozos de aquella madre. El volumen iba aumentando hasta convertirse en un lamento inconsolable. ---¡Ay Dios mío! ¡Qué voy a hacer si mi bebe se me muere! ¡Dios mío! ---repetía una y otra vez. Su esposo la abrazaba, pero no tenía de dónde consolarla, pues él mismo estaba a punto de derrumbarse. Entonces doña Marina salió detrás de la cortina que dividía el cuarto, la sujeto por el hombro y le dijo: ---Si tú no sabes que hacer si tu niña se muere, yo te lo voy a decir. Tú vas a procurar salvar tu alma, porque Cristo viene pronto. Y si tu niña muere, él la va a resucitar, porque ella es un angelito de Dios. Y ustedes tienen que asegurarse que cuando eso suceda ustedes estén allí salvos para que vallan al cielo con ella. No dejen a su niña ir sola al cielo.---.

Aquellas palabras me parecieron desacertadas y poco apropiadas, más sin embargo, aquella madre abrazó a doña Marina y también su esposo. Era como si aquella señora supiera cuando y qué decirle a cada cual. Ahora comprendo que tu Espíritu la guiaba.

El miércoles a las diez de la mañana Alberto despertó. Media hora después la niña de al lado falleció. Los padres fueron sacados del cuarto mientras los médicos trataban de reanimarla. El esfuerzo fue breve. Un doctor certificó la muerte de la niña y los padres fueron permitidos nuevamente dentro de la habitación. La madre lloraba abrazando el cuerpo inerte de su hija cuando dos hombres vinieron a buscar el cadáver. La mujer gritaba desde la puerta que no se la llevaran, mientras su marido la sujetaba. Aquellos dos hombres comenzaron a rodar la camilla hacia afuera. Entonces Alberto salió de detrás de la cortina, sujetó la camilla, y tomando la niña de la mano y le dijo: "niña despierta". Y la niña abrió los ojos con una larga y profunda inhalación, y llamó a su mamá. Cuando Cecia me contó lo sucedido tres días después no lo podía creer. Pero me lo confirmaron los dos hombres que empujaban la camilla y todas las enfermeras del piso, a quienes fui a preguntar en persona el sábado de mañana. Ya no me quedaban excusas para no creer. Pero aunque el creer es bueno, no es suficiente. El diablo mismo cree y tiembla. Entonces comencé a preguntarme cómo algo tan asombroso no fue mencionado en los noticieros. Pero es que había muchas otras cosas interesantes ocurriendo. Como el avión con 156 pasajeros que se estrelló en el mismo caserío donde me crié, justo contra el edificio donde Luis y yo vivimos de niños, y sobre el edificio donde vivieron Rafael y Alberto, y Luis después que se casó con Yamileth. La noticia de que la vacuna para curar el SIDA ya había sido descubierta seis años antes de que se diera a conocer, y que lo habían mantenido en secreto porque las farmacéuticas ganaban más dinero con un paciente que debía tomar medicamentos de por vida que con una vacuna que los curaba de una vez y por todas. No fue hasta que se enteraron de que en Cuba y en China estaban a punto de descubrir una cura, que decidieron adelantárseles y sacar la vacuna a la luz. La crisis económica que azotaba la isla y estaba haciendo desaparecer la clase media, era la noticia de todos los día. Y las noticias mundiales, como el calentamiento global y la inundación en Venecia, y el que en lugares como Holanda, San Luis y todos aquellos donde se había robado tierras al mar o rellenado pantanos estuvieran elevando la altura de sus diques. Pero entre todas las noticias la más comentada eran los milagros de un individuo que se hacía llamar así mismo Maitreya, y que aseguraba ser la reencarnación de Jesucristo. En fin. Había más que suficiente para llenar un noticiero de una hora. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Es el maestro de la distracción.

La mamá de Alberto fue al hospital ese mismo día tan pronto supo que su hijo había recuperado el conocimiento. Alberto se despidió de ella diciéndole que no llorara por él, que dentro de poco se volverían a ver. La madre de Alberto se quedó dormida junto a su lecho. Se despertó dos horas después cuando Alberto expiró. Luís me llamó para darme la noticia. Cuando fui al entierro y reconocí la niña sin cabello de la cama de al lado y a sus padres entre los presentes, pregunté, y fue entonces que Cecia me contó lo sucedido. Aquel fue el funeral más extraño de la historia. Su madre no lloró ni por un instante. La tía de Alberto lucía más bien complacida por la muerte de su sobrino; y le señalaba a todos la tumba de su esposo que se veía desde allí.

---Manolo y Alberto se van a ver cuado se levanten ---decía.

La bambina resucitada jugaba con los niños de Luís, mientras que sus padres les llamaban la atención por estar corriendo sobre las tumbas. Hasta los enterradores se miraban unos a otros como diciendo: esta gente está loca. Esa fue la última vez que los vi a todos ellos. A Luís, a Yamileth, a los niños, a Cecia, a los padres de Alberto y a doña Marina. Era nuevamente el último viernes de abril; y la vida continuaba.

La siguiente vez que mi madre vino a visitar a mi hermano, me fui con ella. Hacía como dos años que no veía a mi hermano. Siete años atrás lo habían trasladado a una cárcel de mínima seguridad que quedaba más lejos. Y yo, que acompañaba a mi madre más por obligación que por deseo, encontré en el largo viaje una buena escusa para ir a verlo lo menos posible. Pero me había comenzado a sentir tan solo aquellos días, que me ofrecí a acompañarla. Pero esta visita estuvo llena de sorpresas. El hermano de Luís había sido trasladado también a la misma cárcel de mínima seguridad cinco años después. Pero era un tipo totalmente diferente al que mi hermano conociera cuando estuvieron juntos en la otra prisión. Un capellán, que resultó ser don Carmelo, le había predicado en la cárcel y él se había convertido. Cuando fue trasladado a donde estaba mi hermano, le comenzó a predicar; y mi hermano también se convirtió. Mi hermano a su vez le había comenzado a predicar a mi madre, y esta ya estaba a punto de bautizarse. Yo había escuchado decir a mi madre que Adrián saldría de la cárcel en par de meses. Sin embargo, descubrí que mi hermano ya no estaba en la prisión de mínima seguridad. Mi hermano y José Luís, fueron trasladados de vuelta a la penitenciaría donde habían estado originalmente. Alguien en el campamento de mínima seguridad no gustó de sus predicaciones, y se las arregló para sacarlos a ambos de allí. De regreso en la otra cárcel, enfrentaron el mismo problema. José le estaba predicando a cinco nuevos recluso, y algunos de los confinados que profesaban otra fe, lo amenazaron a él, a mi hermano y a los cinco muchachos. A José Luís no le importaron las amenazas, pero los cinco muchachos no se atrevieron ni a volver a dirigirle la palabra. Pero hubo otros que si le escucharon, y esto provocó que a él y a mi hermano les dieran una golpiza. Ambos terminaron en el calabozo por tres días, y de allí fueron trasladados a máxima seguridad. Mientras que aquellos que los habían golpeado no enfrentaron ningún castigo por sus actos. Para completar la cosa, el responsable de lo ocurrido también tenía amigos en la sección de máxima seguridad, y tan pronto mi hermano y José Luís llegaron allí, dos individuos se les acercaron y los amenazaron de muerte si se atrevían a predicar. Por algunos días no hablaron sobre religión con nadie, más que entre ellos mismo. Hasta que un día José Luís comenzó a hablar en la fila del comedor con dos paquistaníes recién ingresados que no hablaban nada de español. En su inglés bastante pobre, José Luis les avisó que no se comieran la jamonilla porque era de cerdo, pensando que hablándoles en inglés le entenderían. Y así entablaron una conversación que continuó mientras comían, y que al final se convirtió en un estudio teológico. Mi hermano disimuladamente levantaba la vista y miraba alrededor algo preocupado por las amenazas que recibieran, y noto que algunos presos los miraban. Después de largo rato uno de los confinados que los habían estado observando, llamó a mi hermano con un gesto de su mano. Mi hermano fue a donde ellos medio asustado, pues sabía que aquel hombre sí era fluido en el idioma inglés.

---¿Dé donde son ustedes? ¿Ustedes son árabes? ---le preguntó.

---No. Nosotros somos de aquí --- le contestó mi hermano.

---¿Y de dónde aprendieron a hablar en árabe?

---¿Árabe?

Fue entonces que mi hermano se dio cuenta que estaban hablando en una lengua desconocida, que resultó ser pashtu. José Luís no se percató sino hasta que mi hermano se lo dijo. Para él, y al principio para mi hermano también, había sido como si hubieran estado hablando en español e inglés. Pero en realidad aquellos hombres no sabían una palabra de español, y apenas unas cuantas en inglés. En el momento en que el inglés de José Luis se le quedó corto para expresar sus pensamientos, lo dijo en español. O al menos eso pensó. Y como vio que los dos hombres le entendían continuó hablando sin saber que lo hacía en una lengua que jamás en su vida había siquiera escuchado. Como el incidente despertó la curiosidad de la mayoría, incluyendo algunos de los más notorios criminales que se encontraban cumpliendo sentencias más largas que lo que les restaba de vida, el incidente les dio a José la oportunidad de predicar a todos los presentes acerca de las señales del fin del mundo sin que aquellos que los habían amenazado se atrevieran a hacerles nada. Los demás presos le dieron un apodo al hermano de Luís. Le llamaron "el pastor."

Yo incrédulo puse en duda lo que Adrián nos contaba. Y no creí porque no me dio la gana, pues ¿qué razón tenía para desconfiar de la palabra de mi hermano, quién nunca me había dicho una mentira? Él y mami se pasaron todo el tiempo de la visita hablando de las señales de la venida de Cristo. Mi hermano comenzó a advertirle a mi madre sobre las tarjetas electrónicas, que no eran sino un "medio de control usado por el gobierno." Decía que con esa tarjetas se sabe en qué, cuándo y dónde se usa el dinero. Y que identificar a un adventista es tan fácil como verificar si compra o no en sábado. Luego siguieron hablando acerca de el "juicio investigador". Parte de una de las creencias de los adventista, según la cual el juicio final ya comenzó en el año 1844, primero con los muertos cuyos nombres hubieran sido escritos en el libro de la vida, o algo así, y después comenzarían a ser juzgados los vivos. Y que cuando los vivos fueran juzgados recibirían el Espíritu Santo o "lluvia tardía" y predicarían al mundo dándole a los pecadores la última oportunidad de arrepentirse. Yo me lo tomé a chiste, y ahora lo que me dan son ganas de darme yo mismo un puño en la cara.

---¿1844? Eso son casi doscientos años. Que juicio largo ese.

---¡Cállate!--- me regañó mi madre.

Mi hermano continuó adoctrinando a mi madre, que estaba más atenta que un niño a una película de Disney. Adrián le dijo que la lluvia tardía no era lo único que ocurrirá cuando comenzara el juicio sobre los vivos. Sino que conforme el Espíritu Santo señalare los que serían salvo se iría a la vez retirando del resto del mundo, todos aquellos que fueran hallados faltos, dejando al resto de la humanidad a merced del diablo. Entonces los desastres naturales aumentarían y la gente morirían por miles.

---¿Cuándo ocurrirá esto?--- preguntó mi madre.

---Mami. Ya está ocurriendo...

Tres de mayo. Seis días después del funeral de Alberto, un huracán entró por el sureste del país. A ese mismo tiempo dos huracanes estaba pasando por Cuba a la misma vez, y otro iba pasando por el norte de Jamaica. Uno de los huracanes, después de azotar Cuba, siguió hacia Méjico recorriendo toda la costa en dirección norte, entrando por Texas y llegando hasta Oklahoma. El que pasó por aquí, después pasó sobre Haití, y luego entró por el sur de la Florida hasta Georgia, donde entró en el Atlántico y siguió hacia el norte a lo largo de toda la costa hasta Maryland, donde dejó de ser huracán. Los otros dos entraron por la costa del Golfo y subieron tan al norte que en Canadá ya se estaban preparando para el primer paso de un huracán en la historia. Los cuatro huracanes al disolverse dejaron lluvias que causaron grandes inundaciones. Esto, junto con al aumento en el nivel del mar, devastó puertos y zonas turísticas. En el Pacífico un tifón azotó Méjico y subió hacia el norte hasta California, retrazando los trabajos de reconstrucción tras los terremotos ocurridos en esa área dos semanas antes. Inundaciones también ocurrían en India, Malasia, Indochina y China por causa de tres tifones. Mientras que Australia, el sur de África y Argentina padecían una sequía sin precedentes Los muertos no se contaban por miles sino por cientos de miles. En todas partes del mundo los ciudadanos protestaban masivamente por la incapacidad de los gobiernos para enfrentar la criminalidad, el desempleo, la pobreza, proveer servicios de salud, detener la contaminación y la propagación de enfermedades. El terrorismo ya no era de uso exclusivo de extremistas religiosos o el crimen organizado. Aquí mismo un individuo puso una bomba en su trabajo al ser despedido. Otro hizo lo mismo en el trabajo de su mujer, cuando esta lo abandonó por un compañero de trabajo. Y cada vez que alguna unión se iba a la huelga, ya todo el mundo esperaba un bombazo en alguna parte.

Mi hermano continuó hablando de que cuando el evangelio hubiere sido predicado a todo el mundo y cada persona en el planeta hubiere tomado su decisión de obedecer o no a Dios, esa etapa del juicio llegaría a su fin. En ese momento ya no existiría más oportunidad para arrepentirse y ser perdonado. El Espíritu Santo entonces solo estaría en los sellados y el resto del mundo sería dejado a merced del diablo. Entonces, para completar, Dios derramaría las siete plagas sobre la tierra; y cuando eso estuviera ocurriendo, él mismo Satanás se haría pasar por Cristo y diría a la gente que todo cuanto sucedía era por culpa de los que pisotean el domingo, día del Señor.

---¡Por favor!--- les dije. ---No es que no crea en Dios, pero todo eso que ustedes están hablando... ¡Hombre!

---Está en la Biblia ---me contestó mi madre---. Si la leyeras lo sabrías.

---¿Si? ¿En dónde?

Y sin perder tiempo mi hermano sacó su Biblia que estaba marcada y subrayada en todos los colores del arco iris; y comenzó a leer, y a leer, y a leer. Mucho más de lo que mi lapso de atención duró. Sobre todo porque en realidad no me interesaba saber si estaba o no en la Biblia. Tal cosa no hacía ninguna diferencia. Pues para mi la Biblia no era sino un libro como cualquier otro. Tal vez un buen libro que hacía pensar a uno, pero no mejor que el Quijote o Cien Años de Soledad.

---Eso es lo que tu interpretas. Si le pregunto a alguien de otra denominación me dirá algo totalmente diferente usando las mismas citas bíblicas. Además, hay como cien Biblias diferentes y todas dicen algo distinto.

---Estarán parafraseadas diferente pero el significado es el mismo.

---Si, pero todas son copias de copias. Que me muestren un manuscrito original.

---Búscate una Thora y veras que tiene los mismos libros que tiene el Antiguo Testamento de las Biblias cristianas.

---¿Y qué con el Nuevo Testamento?

---¡Ya cállate la boca! ---interrumpió mi madre---. Si tu no quieres creer no creas. Pero no quieras venir con tu guille de sabelotodo a querer destruir las creencias de los demás, pues tu no tienes nada que ofrecer a cambio.

---Mami, no es que no crea en Dios...

---Pues claro que no crees en Dios. Si creyeras no dudarías de su poder para proteger su Palabra...

---¿Su Palabra? ¿Acaso Dios vino y la escribió?

---No. Dios no la escribió ---añadió mi hermano---. Fueron hombres con sus limitados conocimientos y un limitado vocabulario; pero con la inspiración de Dios. Pero mientras tu sigas pensándote sabio nunca notarás el poder que encierra. Solo el día que reconozca que Dios es Dios y tú no eres nadie, verás que hay poder en la Palabra de Dios.

Al mes siguiente la ley dominical se hizo más severa. Las penas ahora incluían cárcel y la gente no podía siquiera cortar la grama de sus propias casas en domingo. En un programa de discusión, se presentaron varios lideres religiosos. Un cardenal, ministros de varias denominaciones protestantes, incluido entre ellos un pastor que adquirió gran renombre tras sanar "milagrosamente" a una famosa actrís de Hollywood a la cual le habían diagnosticado cáncer del útero; y dos parasicólogos que me parecieron familiares, pero que en ese momento no recordaba de dónde. El programa era sobre la ley dominical. ---¿Y qué rayos hacen dos espiritista en un programa sobre la ley dominical? ---me preguntaba. En un momento dado uno de los psíquicos entró en un trance, durante el cual su cuerpo fue poseído por un supuesto ángel. Entonces el entrevistador y los demás invitados comenzaron a hacerle preguntas. Aquel hombre dijo que las leyes de los gobiernos eran las leyes de Dios, pues era Dios quien daba poder a los gobernantes. Y decía además que aquellos que guardaban otro día que no era el domingo día del Señor estaban trayendo maldición sobre la tierra por su desobediencia. Aquel bizarro programa terminó con muchos saludos y apretones de manos entre los participantes. Tremendo programa de debates fue aquel en que no hubo debate alguno, pues todos los panelistas compartían la misma opinión. Dos días después recordé de dónde conocía a los dos parasicólogos. Había estado en los noticieros hacía año y medio con el asunto de los fantasmas del World Trade Center de Nueva York. Muchas apariciones ocurrieron allí, incluso desde antes que el edificio tuviera paredes y ventanas. Aquellos dos se habían ofrecido para limpiar el lugar de fantasmas. Para aquel entonces yo no creía aun en lo sobrenatural, así que nunca preste atención a la noticia. Lo que recuerdo es el resumen que Cecia me diera. El asunto es que aquellas "almas en pana" estaban allí porque aunque no habían sido malas personas en vida tampoco eran lo suficientemente buenas para entrar al cielo, y como parte de su purgación debían dar un mensaje a los vivos. El mensaje: "que la ira de Dios se acumulaba a causa de la desobediencia de sus mandamiento, en especial la profanación del domingo." Dado el mensaje y celebrada una misa, las almas en penas se fueron al cielo. Aunque de vez en cuando se le aparecía algún fantasma amistoso a algún ejecutivo trasnochado, o a alguna secretaría corre maridos, o a algún conserje, para ayudar, darle algún consejo, o simplemente saludarle. El nuevo World Trade Center era como el Disney de los amantes de lo paranormal.

Capítulo 8

Esto no es una publicación oficial de la Iglesia Adventista de Séptimo Día, ni pretende representar el sentir oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ni de ninguna otra organización religiosa. Todo el contenido es responsabilidad del autor; Víctor M. Monsanto Ortega.

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