El Fin De Todos Los Males

Capítulo 5

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. 1 Pedro 5:8

El domingo de mañana, como de costumbre, estuvimos lavando los carros en mi casa; y hablamos de todo, menos de lo que me sucedió la noche anterior. Yo mismo aún no lo había asimilado bien. Después de una semana de mal dormir, sin encontrar una explicación lógica, fue que le conté a Luis.

---Bueno loco, tú siempre estás diciendo que uno debe basarse en hechos. Pues ahí está tu evidencia empírica.

Como a eso del medio día nos fuimos al hospital a ver a Alberto. Yo iba con la intención de contarle lo sucedido esperando recibir de él alguna respuesta que me pareciera más útil que la que recibiera de Luis. Pero cuando llegamos había un bonche de gente en su cuarto y no me atreví. Nos encontramos a su mamá en el pasillo y nos dijo que le estaban dando de alta. Cuando entramos al cuarto allí estaba su padre y su tía con algunos hermanos de la iglesia. Alberto se veía mucho mejor. Estaba de pie abotonándose la camisa cuando entramos. Su rostro había recuperado el color de la gente viva. La semana anterior me parecía que se moría, y ahora lo veía de lo más bien. Por un instante pensé que nos diría que estaba sano, que había ocurrido un milagro. Cuando nos vio nos saludó con abrazos.

---Que bueno que vinieron. Pero como pueden ver yo ya me estoy yendo.

Después de los saludos y las presentaciones la gente comenzó a salir del cuarto. Alberto agarró su Biblia y me la dio.

---Marqué unos cuantos pasajes pensando en ti, para que cuando tengas tiempo los leas.

Tomé la Biblia sin decir nada. Los acompañamos hasta el estacionamiento y allí nos despedimos. Cuado veníamos de regreso traté de darle la Biblia a Luis.

---Yo ya tengo Biblia. La tía de Alberto me regaló una.--- me contestó.

---Bueno, te la estoy ofreciendo para que alguien le saque provecho, porque en casa se va a llenar de polvo.

---¿Por qué no te dejas de vainas y lees un poco? A lo mejor y encuentras lo que te hace falta.

---A menos que haya un billete premiado de lotería adentro, no creo que contenga nada que necesite. Porque leer historias sobre un dios aniquilando y mandando a matar gentes, no creo que sea algo que me haga falta.

---Como tú lo pintas lo haces sonar como si tuvieras razón.

---¿Acaso no la tengo?

---Dios conoce el futuro. Y tú ni siquiera conoces el pasado. Así que tú no sabes que hubiera sucedido si Dios no destruía esa gente que tú dices. Además; Dios es Dios. Él no tiene que pedir permiso ni dar explicaciones para hacer lo que hace. Y si mató o mandó a matar a alguien, por bueno no fue.

---¿Tú oyes los que estás diciendo? Suenas como un fanático religioso. Ya veo que entre Alberto y su tía te están lavando el cerebro. Pero yo por mi parte no veo bajo que circunstancias el matar a alguien sea la única solución, o lo correcto.

Cecia se mudó tres días después del suceso en el cruce, pero las cosas extrañas no cesaron de ocurrir. Yo, que ya tenía suficiente con los exámenes finales en la universidad, después de la experiencia de aquel fin de semana, comencé a tener tremendas pesadillas. En mis sueños me sentía que estaba como entre dormido y despierto. Estaba en mi cama, sumido en un estupor, y con los ojos entreabiertos miraba mi cuarto en derredor, saturado con una humedad de madrugada que hasta podía olerse y palparse. Todo estaba tal y como es en realidad. Veía la ventana, el piano eléctrico contra la pared, mi mesa de dibujo en la esquina... La verdad es que todo parecía tan real que no estoy totalmente seguro de que fueran pesadillas. Entonces comenzaba. Como un susurro. Voces que venían desde la distancia acercándose. Ahogando el sonido de los grillos y las aves que entraban por la ventana. Eran aquellos mismos gritos que escuchara en el cruce. Cada vez más cerca. Cada vez más fuertes. Hasta el punto que era como si me gritaran en los oídos. Como si me encontrara en un estadio rodeado de miles de personas gritando, o como las legiones de soldados en esas películas épicas, que van gritando mientras corren al combate. Pero solo estaba en mi cama, y no había nadie. En mi sueño sabía que estaba solo en la casa. Incluso en mi sueño pensaba, ¿es esto real o es solo un sueño? Trataba de levantarme, pero no podía. Era como si alguien invisible estuviera sobre mi sujetando mi cuerpo contra la cama. Entonces trataba de gritar, y tampoco podía emitir más que un leve murmullo. Pero no tan solo luchaba por recuperar el control de mi cuerpo, sino también por mantener la razón y el control de mi facultades mentales. Hasta que finalmente lograba vencer aquella fuerza que mantenían mi cuerpo sujetado, y ahí despertaba. Si es que en realidad había estado dormido. Lo que sí sé, es que luego no podía dormir más. El martes en la universidad, le conté a Cecia lo de los sueños, y me invitó a unas secciones de yoga; que eso era lo que yo necesitaba, me dijo. Si me hubiera dicho tal cosa varios días atrás de seguro me le hubiera reído en la cara; pero después de la experiencia de aquel sábado ya no tenía argumentos. Al final de esa semana me comentó que iría con unas amigas a ver a un tipo que hipnotizaba a la gente y les decía quienes habían sido en vidas pasadas. Pero aunque cada día Cecia salía con alguna nueva práctica rara, cada vez pasábamos más tiempo juntos. Al principio que nos conocimos, cuando ella trató de llevar aquella relación a un nivel más serio, yo fui "honesto" con ella. ---Tu estás buscando un hombre que te ame, y ese no soy yo ---le dije---. Yo te aprecio pero lo único que tengo para ofrecerte es esto. Un poco de intimidad.--- Pero después de aquella confesión se acabó la intimidad. Eso fue a finales del tercer semestre. Para ella era o todo o nada. O al menos así fue hasta aquella mañana en que me aparecí por su casa buscando refugio después del tiroteo en casa de Luis. Pues Cecia cambió de la noche a la mañana su forma de ver las cosas, su manera de ser. Perdió la timidez. Parecía más segura de sí misma. La mañana del lunes 20 de mayo, cuando me aparecí por su casa para esconderme, me dijo: ---"hay que disfrutarlo mientras dure,"--- y se me lanzó encima. Para entonces ya estábamos a punto de graduarnos.

A la verdad que me gustaba esta nueva Cecia. Así que ya no le daba mucha importancia a los inciensos, sus meditaciones, si dedicaba menos tiempo a la arquitectura y más a los estudios paranormales y la metafísica, o si se gastaba todo el dinero en cientología, síquicos y mesmerizadores.

Como no tuve la oportunidad de hablar con Alberto aquel domingo, y la sugerencia de Cecia de irme a practicar yoga para alcanzar mi paz mental me pareció que sería complicar más la cosa, el sábado siguiente fui a casa de Luis con la intención de hablar con la tía de Alberto. Después que terminó con su estudio bíblico y estaba ya por irse, le conté lo sucedido dos semanas atrás.

---El mal existe.--- me dijo. ---En Apocalipsis capítulo doce dice: "También vi aparecer otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra." Esas estrellas son los ángeles que fueron convencidos por el enemigo. Ángeles caídos... Demonios... Una tercera parte... ¿Cuantos serán? Puedes estar seguro que son muchos. El que haya tantas religiones, tantos cultos no es mera coincidencia. Cristianismo, islamismo, budismo, hinduismo, espiritismo, nueva era... Hay para todos los gustos. Y al enemigo de las almas no le importa en cual de todas creas tú, siempre y cuando no sea la verdad. Sus ángeles andan por ahí haciéndose pasar por espíritus de muertos, por platillos voladores, haciendo vírgenes de yeso llorar, inspirando filosofías, haciendo cualquier cosa con tal de hacernos creer cualquier cosa que no sea la verdad. La verdad esta aquí.--- dijo levantando la Biblia. Entonces se despidió, pero Yamileth no la dejó ir sin antes tomarse algo. Yamileth se fue a la cocina y Luis se fue al cuarto a acostar a Jared que se había quedado dormido en sus brazos. Entonces le conté sobre mis pesadillas.

---Tal vez solo sea la impresión. ¿Por qué no tratas con orar antes de dormir?--- me dijo, pero se dio cuanta que yo no haría tal cosa; y añadió: ---Pon un radio en tu cuarto y escucha la emisora adventista. Después de la media noche tocan música muy linda. Eso de seguro te ayudará a dormir. O consigue un disco de himnos. Tradicionales, nada de rock cristiano ni nada de eso. Y escúchalo mientras duermes.

La idea me pareció ridícula. Yo no hubiera perdido mi tiempo yendo a comprar un estúpido disco de himnos. Ni siquiera tenía la más mínima intención de cambiar mi radio de estación. Pero Estefanía, que estaba calladita escuchando, fue a su cuarto y me trajo un disco compacto.

---Si le funcionó al rey Saúl, seguro te funcionará a ti.--- me dijo doña Marina. Y pensé; "Esta vieja me está diciendo con guille que estoy endeminia'o." Pero el asunto es que funcionó. Al día siguiente la misma pesadilla me despertó casi a las cuatro de la madrugada. Estuve media hora paseándome por toda la cama hasta que me decidí poner el bendito disco. Antes que terminara la tercera canción estaba dormido. Desde entonces me acostaba escuchando el disco. Llegué a tener mis canciones favoritas, que programé para que se repitieran una y otra vez por unos quince minutos. Tiempo suficiente para quedar dormido. Ya tenía el sueño con menos frecuencia; y cuando lo tenía ponía la música y volvía a dormirme sin mucho trabajo. Tal vez aquella música fue lo que me ablandó un poco el corazón.

Pero yo no era el único con problemas para dormir en aquellos días. Los hermanos de Luis estaban teniendo problemas en el caserío. Durante nueve años habían estado prácticamente en paz. La gente les tenía cierto aprecio. La realidad es que ellos habían sido lo más cercano a la experiencia de un buen gobierno que la gente del residencial llegaría a experimentar. En un país en bancarrota con una economía paupérrima y un desempleo tres veces mayor de lo que decían los números oficiales, el narcotráfico era un medio al cual muchos recurrían para alcanzar una economía que superara la mera subsistencia. Pero con los nuevos caseríos siguieron llegando los problemas. Esa gente nunca gustó de la manera de hacer las cosas de Luis Raúl y sus hermanos. Con una larga tradición de traición, intriga y conspiración, la llegada de los Kanes fue una interrupción en los planes de muchos que llevaban tiempo queriendo agarrar el poder. Esos tipos siempre se inclinaban al abuso, a hacer las cosas de la peor manera. Cada otra semana los Kanes tenían que disciplinar a alguien. Y después de un año, las actitudes de aquella gente comenzaban a influenciar a los del propio caserío. La envidia, la inconformidad, el sembrar cizaña, y la desconfianza comenzaban a esparcirse entre todos. Aunque la mayor parte del tiempo, si no estaban sin marihuana para vender estaban sin cocaína; el dinero seguía corriendo. Ahora se dedicaban más a vender éxtasis, o como la llamaba el gordo: la droga de los patitos y las nenas blanquitas. Aunque él no era ninguno de las dos cosas y terminó usándolo. En fin, los carteles de narcotraficantes seguían cayendo. Las plantaciones de coca ahora eran huertas. Muchos países donde la droga antes fuera legal ya no lo era. Sin embargo, el vicio seguía aumentando. Y la gente se metía lo que hubiera. El gobierno de los Estados Unidos cantaba victoria porque de quinientas cuarenta y cuatro toneladas métricas de cocaína que entraban al país para el año dos mil, ahora solo entraban doscientas veinte toneladas. Pero la verdad era que el vicio no había disminuido, ni allá ni aquí, sino que había aumentado; y el número de muertes a causa del tráfico y uso de drogas había aumentado también de casi veinte mil al año a más de treinta mil en los Estados Unidos. Y Aquí el número de asesinatos ya había sobrepasado por mucho los novecientos cada año. En los Estados Unidos, igual que aquí, había disminuido la cantidad de droga importada, pero había aumentado el uso de drogas que se producían localmente. Casi semanalmente aparecía en los noticieros algún invernadero de coca o marihuana improvisado dentro de alguna casa . A Maelo ya no le preocupaba la biométrica, el dinero electrónico, ni ninguna de esas cosas. Ahora lo que decía era "El día que no haya que vender, vendemos cáscara’e guineo." El narcotráfico seguía siendo un negocio lucrativo. Y seguía produciendo dinero suficiente como para tentar a cualquiera.

Felo, un tipo de Dan La Croisee, uno de los otros caseríos, mató a la persona que el Terrible había dejado encargada de los negocios allí. Maelo convenció a Luis Raúl para que no matara al tal Felo sin darle al menos la oportunidad de explicarse. El Terrible salió a encontrar al tipo acompañado de Quique e Ismael. Como Maelo conocía al tipo el Terrible fue con él, y el Eléctrico se quedó en el carro vigilando el movimiento. Maelo siempre fue un cobarde en cuestiones de tiros y peleas. Luis Raúl, al contrario, no se encomendaba a nadie. Así que nadie hubiera notado nada extraño al ver que el Terrible saltaba del auto y comenzaba a caminar rápido y seguro, mientras que Ismael siempre estaba tres pasos atrás. Cuando se acercaron, Felo los saludó con un "qué pasa", mientra enseñaba las palmas de las manos y dibujaba una sonrisa en su rostro. Maelo sacó una pistola y le disparó al Terrible siete tiros por la espalda. Y Felo sacó su pistola y lo remató con un tiro en el rostro. Al ver lo sucedido, Quique saltó al asiento del conductor y arrancó mientras disparaba a la misma vez por la ventanilla del pasajero. Felo y su gente corrieron para detenerlo antes de que pudiera avisar a los hermanos del Terrible. Salido que hubo de aquel lugar alcanzó su celular para llamar a los Kanes. ---¡Gordo!--- repetía tratando de que el teléfono marcara el número automáticamente; pero este no reconocía las nerviosas palabras. A la tercera se dio por vencido y comenzó a marcar los números manualmente. Al hacerlo bajó la vista por un instante y cuando volvió a mirar hacia el camino, otro auto lo envistió de frente. Quique salió disparado por el parabrisas cayendo sobre el otro vehículo. Allí le dieron cuarenta y seis tiros.

---Todo salió bien. Haz lo que tienes que hacer.--- le dijo Felo a alguien por teléfono.

El Gordo estaba en el apartamento viendo dibujos animados japoneses. Allí mismo le dieron un tiro en la nuca con un Mágnum 357. Su teléfono comenzó a sonar. El otro de los Kanes estaba en el apartamento de una amiga. Tocaron a la puerta y le gritaron: "Le tiraron un pesca'o a tu hermano." Cuando salió apurado y poniéndose los pantalones lo acribillaron en la puerta. Su teléfono también sonó. Era domingo. Así que Luis y yo hacíamos lo que acostumbrábamos, pero esta vez en la nueva casa de Luis. Los niños estaban jugando en una picinita al frente de la casa, cuando el teléfono de Luis sonó.

Ismael se había empeñado en producir methnfetaminas pero el Terrible se había negado. Al parecer el tal Felo le había prometido que si le ayudaba a quitar los hermanos del medio él lo dejaría montar su laboratorio y se irían 50/50. Cuando Felo y Maelo regresaron, después de matar a Quique, solo encontraron un charco de sangre, pero el cuerpo de Luis Raúl no estaba. Comenzaron a seguir el rastro de sangre en el suelo. Había mucha sangre detrás de un carro viejo estacionado allí, y huellas de manos ensangrentadas sobre el baúl. Y asumieron que se había ido sin ayuda de nadie, teniendo que apoyarse de aquel carro mientras avanzaba en dirección a un pastizal algo seco porque las lluvias de mayo parecían que no llegarían hasta junio; y estaban seguros de que allí encontraría su cuerpo ya sin vida. Pero el Terrible aun estaba vivo. Había tratado de alertar a sus hermanos, pero sus llamadas llegaron tarde. Solo Luis contestó el teléfono. ---No importa lo que pase o lo que oigas, no bajes al caserío. ¿Oíste? No vallas al caserío. Y no confíes en nadie.--- Fue todo lo que le dijo su hermano y luego colgó. Se veía sangre por el pastizal, pero aquellos tipos ya no sabían si el rastro iba y venía. Se dispersaron en todas direcciones y de repente balas comenzaron a atravesarles los tobillos, las pantorrillas, las rodillas. El carro ensangrentado era uno de aquellos con el baúl lleno de armas. El Terrible mismo lo había puesto allí durante un presagio de tiempos malos pronto a venir; y de su baúl había sacado una saw. Todos comenzaron a correr como locos en todas direcciones. Entonces comenzaron a estallar granadas incendiarias; y en medio de la confusión terminaron disparándose unos a otros. De unos veinte individuos que entraron al pastizal solo cinco salieron caminando. Maelo y Felo entre ellos.

Habíamos estado viendo los noticieros, pero no mencionaron nada. Las noticias del día lo fueron un terremoto al oeste de la isla que provocó un maremoto que azotó la costa oeste del país, y el discurso del Presidente de los Estados Unidos declarando la victoria sobre el terrorismo, el narcoterrorismo, y el crimen organizado. Alabando los nuevos sistemas de seguridad y de inteligencias, los mismos que le permitían a las autoridades crear expedientes e intervenir teléfonos sin necesidad de orden judicial, y un montón de pamplinas más. Todo aquello por lo que los demócratas criticaron tanto a Bush y a los republicanos, ellos mismos terminaron haciéndolo. En doce años de guerra contra el terrorismo la gente había renunciado a sus libertades en favor de la seguridad. Y como en Latinoamérica nos encanta copiar la costumbres norteamericanas, y otras veces los Estados Unidos nos las mete por la fuerza, no tardo en que las mismas cosas se instauran aquí. Si alguien gano esa guerra definitivamente no fuimos nosotros.

---Estamos entrando a una nueva era de paz y seguridad.--- decía el presidente en el vietage. Y de repente Ramón levantó su dedo como apuntando a una Biblia que estaba sobre la mesa de la sala. Yo pensé que solo quería la Biblia. Luis de seguro pensó lo mismo, pues la tomó y se la puso en su regazo. Pero ahora comprendo que Ramón trataba de indicarnos que una profecía bíblica se estaba cumpliendo ante nuestros ojos. Pero a quién le importaban eso en aquel momento. El que Ramón moviera un dedo era por sí solo algo sorprendente. Pero estábamos tan preocupados por lo que pudiera estar pasando en el caserío que pasó casi inadvertido. La noticia que habíamos estado esperando apareció en los adelantos noticiosos del domingo en la noche. Nueve muertos y once heridos fue el saldo. Entre los cuerpos encontrados, algunos de ellos calcinados, estaba uno de los cuarenta más buscados por la policía: Luis Raúl Méndez Rivera, alias el Terrible, que presentaba ocho impactos de balas, cuatro de los cuales habían sido detenidos por un chaleco antibalas, tres recibidos en la espalda baja, y uno en el rostro con entrada en la mejilla derecha y salida en la izquierda. Pero cuando la noticia salió en la televisión nosotros ya nos habíamos ido. Luis no pudo resistir más la espera, y yo no pude dejarlo ir solo al caserío. Eran como las siete y media de la noche cuando llegamos. Don Goyo, el esposo de Monina, iba andando por allí. Luis bajó el cristal de mi lado y lo llamó.

---¿Qué es lo que está pasando aquí?--- le preguntó Luis.

---Mijo arranca y vete antes de que te vean ---dijo en voz baja. Entonces añadió como asustado---: Cuida'o que por ahí viene el Judas.--- aceleró el paso y siguió su camino. Mientras subía el cristal de mi lado alguien tocó en el cristal del lado de Luis. Cuando nos volvimos era Ismael. Luis bajo el cristal un poco para escuchar que decía.

---Tirotearon a tu hermano. Todos estamos saliendo para allá ahora mismo. Tus hermanos acaban de salir. Abre para ir contigo.--- dijo mientras trataba de abrir la puerta del conductor.

Yo sabía que había una pistola en la guantera y la saqué. ---¿Qué es? ---le dije---.¿Te le piensas sentar en la falda? Despégate de la guagua.

Luis metió la reversa, y salimos de allí. Estuvimos dando vueltas sin saber que hacer. Temíamos que nos estuvieran siguiendo, así que no nos atrevíamos a ir a nuestras casas. Entonces sonó el teléfono de Luis. El número era el del Gordo, pero no fue su voz la que se escuchó.

---Luisito. Es don Quique.

---¿Está mi hermano con usted? Póngame a mi hermano.

---Escúchame. Mataron a tus hermanos. A los tres. Mataron al nene mío también. Maelo les tiro un pesca'o. Necesito que me des la dirección de la casa donde tu hermano guardaba las armas.

---Esos son cuentos. No existe ninguna casa. Lo que está en el apartamento y en los carros, eso es todo.

---Luisito. Necesito que me creas...

Luis enganchó el celular antes de que terminara de hablar. Entonces le pregunté quién había sido. Don Enrique Teman era el padre de Quique. Un don cincuentón de la vieja escuela, como decía él. En el ochentidos, a los dieciocho, fue arrestado en Puerto Rico por tratar de introducir droga en ese país, y estuvo preso ocho años sin que nadie supiera de él. Allí conoció mucha gente, y algunos decían que el hombre había hasta pertenecido al Ejército Nacionalista Revolucionario. Cuando finalmente regresó a su país encontró que su madre había muerto y su padre no quería saber de él. Vivió una vida de delincuencia hasta el día en que supo que sería padre, mismo día en que supo que su esposa tenía cáncer. Desde entonces se había ganado el pan como albañil, queriendo darle a su hijo un mejor ejemplo a seguir. Desafortunadamente el destino se las arregló para que su hijo terminara exactamente donde él nunca quiso que terminara. Lo primero que me vino a la mente cuando Luis me dijo que había sido don Quique quien llamó, fueron las historias que siempre nos contaba de cantantes de sus tiempos con los cuales había estado preso, y que él solía llorar cuando escuchaba la canción "Vagabundo" del Gran Combo. Seguimos dando vueltas por un buen rato hasta que nos convencimos de que nadie nos seguía. Era de madrugada cuando llegamos a su casa. Todos dormían. Ayudé a Luis a meter a Ramón en la cama pues aun estaba en su silla. Luis se detuvo a la puerta del cuarto de Estefanía por un instante. Nos sentamos a oscuras en la sala. Encendimos el televisor a ver si veíamos alguna noticia; pero no hay mucho que ver en los canales locales pasadas las dos de la mañana. Entonces volvió a sonar el teléfono.

---Luisito no me enganches. Escucha. Hay mucho movimiento en el caserío. Creo que ya saben donde vives. Llama a la policía.

Cuando Luis colgó el teléfono no me dio oportunidad ni a preguntar quién había sido esta vez. Apagó el televisor y saltó sobre el sofá hacía la ventana de la sala.

---Hay un carro en la otra acera con dos personas adentro ---me dijo---. ¿La pistola?

---La dejé en la guagua.

---Lo más seguro esperarán a que lleguen los demás. Solo espero que la policía llegue primero.

Luis fue a la cocina, se trepó sobre el fregadero, y sacó un pequeño maletín de sobre los gabinetes. Sacó una llave de su bolsillo y abrió el bulto de donde sacó una pistola. Yo agarré lo primero que vi; un cuchillo cebollero. Luis llamó la policía pero tuvo que interrumpir la llamada, pues los dos individuos tal parece que quisieron robarse el show. Cuando me asomé a la ventana se estaban bajando del carro y comenzaron a caminar hacia la casa sin esperar por refuerzos. Luis se agachó en un rincón desde donde podía ver la puerta de la sala. Yo me pare detrás de una pared. Los individuos no supieron como lidiar con la cerradura de la puerta. Así que saltaron al balcón y con una sillas de metal rompieron el vidrio de la puerta corrediza. Luis le disparó al primero alcanzándolo en el pecho. El segundo entró haciendo disparos con una escopeta. Le lancé el cuchillo, y auque solo conseguí llamar su atención, le dio oportunidad a Luis para dispararle. Yamileth se levantó con el ruido y corrió a la sala gritando. Jared y Estefanía se escuchaban llorando desde los cuartos. Luis sujetó su esposa.

---Mírame. Mírame. Tenemos que salir de aquí. Trae los nenes.

Entonces me pidió que escondiera a los tipos para que los niños no los vieran al salir. Yo así lo hice. Montó a Yamileth y los niños en el auto y volvió por Ramón. Lo sentamos en la silla de rueda y le dije que siguiera alante que yo me encargaba de Ramón. Los vecinos miraban por las ventanas, y el de la casa de al lado salió afuera cuando metía a Ramón en mi auto.

---¿Qué ha pasado?

---Unos tipos trataron de meterse a la casa a robar ---le dije.

---¿Pero para donde van? ¿Llamaron la policía?

---Es que no queremos que los niños vean eso, y la mamá está muy nerviosa como para manejar. Si tiene niños pequeños no los deje entrar. Hay sangre y todo eso.

Me monté en mi carro y me fui. Luis había salido sin saber a donde, pues no tenía a donde ir. Había pensado en un hotel, pero Yamileth tuvo una idea. Yo estaba aun más perdido todavía, hasta que Luis llamó y me dio una dirección. Ya el cielo comenzaba a aclarar cuando llegué al lugar. Era el condominio donde vivía la tía de Alberto, y Luis ya me esperaba a la entrada del estacionamiento.

---¿Para dónde vas?--- me preguntó.

---Bueno, a casa no puedo ir porque mucha gente del caserío sabe donde vivo. Así que creo que me ire a casa de una amiga de la universidad. A ver si por lo menos me deja dormir en el sofá. Llama, cualquier cosa.

---OK. Tú igual.

Los Kanes salieron en la primera portada del periódico aquella mañana; el gordo sentado en una butaca y su hermano recostado del dintel de la puerta con los pantalones desabotonados dejando ver sus calzoncillos. Yo hice tal y como había dicho. Me fui a casa de Cecia. Pero Luis subió a Ramón y se desapareció por tres días. No me llamó, ni tampoco Yamileth sabía dónde estaba cuando hablé con ella más tarde ese mismo día. Durante esos tres día Luis solo la llamó para decirle que estaba bien y colgaba. A donde único llamó aquel lunes de mañana fue al celular de su hermano. Don Quique contestó. Luis aun no confiaba en él; pero en las cavilaciones de su cabeza había llegado a la conclusión de que la única manera de garantizar la seguridad de su familia era matando a quienes lo buscaban o muriendo él. Luis le dio a don Ricardo una dirección. Se encontraron en una casita vieja con muchas rejas, sepultada en la maleza de una parcela. Luis comenzó a quitar candados y cadenas.

---¿Y que pretende hacer usted? ¿Va a poner orden en el caserío?

---Yo lo único que quiero es matar al que mató y mi nene. Pronto y rápido para que no le de tiempo a arrepentirse de sus pecados y se vaya derecho al infierno.

---¿Y que va a hacer usted contra toda esa gente?

---Yo también tengo a mi gente.

La casa estaba vacía y polvorienta, sin un solo mueble. Lagartijos y telarañas era lo único que había adentro. Y unos coquíes en el baño. En el único cuarto de la casita había un baúl de madera reforzado en metal con tres candados. Dentro habían cuatro bultos con cuatro rifles Kalashnikov, cuatro chalecos a prueba de balas, cuatro pistolas nueve milímetros, y cientos y cientos de balas.

---Cuando tu hermano me habló de este lugar lo llamó El Álamo.--- comentó don Ricardo. Y comenzó a meter las armas en su carro. El Álamo era el producto de los presagios del Terrible, que veía el fin llegando en una guerra en la que él y sus hermanos enfrenarían el resto del mundo. Y en la que aquel lugar sería la última posición a defender. Luis tomó uno de los bultos y lo metió en su guagua.

---¿Qué estás haciendo?

---¿Qué usted cree que estoy haciendo? Usted no es el único al que le han matado un familiar.

---Mi esposa esta muerta y mi hijo. A mi que me lleve el diablo. Pero usted tiene su esposa y sus hijos. ¿Quién va a velar por ellos si te matan?

---Esa gente me va a seguir buscando hasta que me maten o yo los mate. Mientras tanto mi familia no va a estar segura. Venga para que me ayude con el resto.

---Ya no hay más na'. Este era el último bulto.

---Hay algo más.

Entraron nuevamente a la casa hasta el cuarto, Luis empujó el baúl hacia un lado dejando al descubierto una portezuela de madera en el suelo. La abrió y haló un bulto.

---¿Qué es eso?

---Los chavos ---contestó Luis mientras sacaba otro bulto. Y otro. Y otro. Y otro más--- Tenga. Quédese con ese.

---Mijo. Pero por que no coges ese dinero y te desapareces. Cómprate unos pasajes y vete de aquí con tu familia.

---Tal vez lo que realmente busco es venganza después de todo. Además puede que los necesite para estimular a su gente ---le dijo Luis lanzándole el bulto. Habían unos setenta y cinco mil en cada uno. Unos trescientos setenticinco mil en total. Maelo y Felo habían hecho creer a todos que los hermanos se estaban quedando con la mayor parte del dinero. pero no era así. Después de una década en el negocio no habían millones guardados como Ismael decía. Solo trescientos setenticinco mil. Si había algún otro dinero, eso era un secreto que el Terrible se llevó a la tumba.

---El dinero solo estimula la traición. Los verdaderos amigos no lo necesitan ---fue la respuesta de don Ricardo.

De allí salieron a ver la gente que don Quique decía que tenía y que resultaron ser otros dos viejos que, al igual que don Quique, tenían casi sesenta años. Uno apodado Méjico y el otro Panamá. Luis puso el dinero en su guagua y la dejó estacionada frente al edificio donde vivía doña Marina, y llamó a su esposa para avisarle. Le dijo del dinero y que si pasaba un día entero sin que él la llamara que lo cogiera y se fuera lejos. Yamileth bajó tan pronto como pudo, pero Luis no esperó. Estuvo con don Quique y los otros dos individuos merodeando por los alrededores si por casualidad veían a Maelo o algún otro. Así pasaron todo el lunes, el martes, y el miércoles finalmente descubrieron el carro de Maelo estacionado en su club nocturno como a las siete de la noche. Méjico y Panamá entraron al lugar y pidieron dos cervezas mientras estudiaban el ambiente. Seis tipos, con siete mujeres. Panamá salió y les contó a don Ricardo y a Luis lo que había.

---En la puerta tienen detectores de metales ---les dijo---. A menos que conozcan al dueño o a los de la puerta, tienen que estar limpios.

---Lo conocen ---le contestó don Quique---. El tipo es el dueño.

---Bueno. Pues solo nos queda esperar a que salgan.

Pero no tuvieron que esperar mucho. Una de las muchachas sentada con ellos fue a la barra y Méjico se le acercó y le preguntó que cuanto le cobraba por dejarse dar una lambidita. La muchacha se regresó a donde estaban los demás. Cuando Méjico vio que todos se estaban fijando en él salió del lugar. Ismael hubiera mandado algún alcahuete a encargarse de aquel viejo, pero como Felo fue el primero en salir él se envalentonó y lo siguió. Méjico salió e hizo una señal apuntando para atrás con el pulgar por encima del hombro. Panamá metió la mano por la ventanilla del auto y agarró un rifle. Méjico prendió un cigarrillo y se recostó de una pared a fumar como si nada. Maelo, Felo y otros cuatro tipos fueron a donde él. Otro más se quedó a la entrada del local. Pero antes de que Felo sacara su pistola ya Panamá le estaba apuntando. Y tan pronto Méjico vio a Panamá con el rifle en las manos brincó por encima de un carro y comenzó el tiroteo. Los que estaban en la puerta del club también comenzaron a disparar. Cuando paró el tiroteo Maelo y Felo habían caído. Felo estaba muerto, pero Ismael aun respiraba. Quién se hubiera imaginado que Maelo traicionaría a los hermanos de Luis. ¿Solo bastó un año para que la codicia lo dominara? Ahora, mientras miro atrás, puedo ver como la maldad creció en él. Maelo siempre fue indiferente al dolor ajeno. Con el paso del tiempo no solo fue indiferente sino sínico. Y finalmente colmó su maldad con lo que había hecho. Don Quique corrió a donde él y le dio un tiro en la frente. Entonces Méjico grito. ---¡La niña esta herida!--- Era la misma muchacha a la que él le había hecho la insinuación en el bar. Tenía un tiro en la garganta.

---¡Vámonos!--- gritaba Panamá.

Méjico la levantó y la metió en el auto. Luis y don Enrique se subieron al otro carro, y salieron todos de allí. Méjico y Panamá entraron al hospital con la muchacha herida. Panamá fue alante y golpeó la cámara de seguridad a la entrada con una pata de cabra. Don Quique llevó a Luis hasta el condominio de doña Marina.

---De aquí pa' lante deja que nosotros nos encarguemos del resto.

Luis le dio dos bultos más de dinero.

---Dele eso a su gente.

Esa fue la últimas vez que se vieron. Don Quique se quitaría la vida siete meses después, en la Noche Buena de ese mismo año.

Capítulo 6

Esto no es una publicación oficial de la Iglesia Adventista de Séptimo Día, ni pretende representar el sentir oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ni de ninguna otra organización religiosa. Todo el contenido es responsabilidad del autor; Víctor M. Monsanto Ortega.

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