El Fin De Todos Los Males

Capítulo 6

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Y tendrás tu vida colgada delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no confiarás de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera y anocheciera! y en la noche dirás: ¡Quién diera y amaneciera! por el temor de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos. Deuteronomio 28:66, 67.

Doña Marina prefirió saber lo menos posible sobre lo que estaba sucediendo. Yamileth pasó esos tres días angustiada. Sentía alivio cuando Luis la llamaba; pero tan pronto colgaba el teléfono solo le quedaba el sabor de que tal vez esa había sido la última vez que escuchaba su voz. Yo no la pasé muy bien que digamos. Cuando Yamileth me llamó poco antes del medio día preguntando si sabía de Luis mi preocupación aumentó. Yo lo llamaba pero su celular estaba apagado. Durante las siguientes dos noches en casa de Cecia mis pesadillas se recrudecieron. Ni siquiera el saber que no estaba solo me quitaba el espanto con que despertaba. Y cuando miraba a Cecia en la oscuridad de la noche, sus ojos parecían estar abiertos mirándome. Comencé a pensar que la tensión me estaba llevando a la locura. Al tercer día no pude soportarlo más, y el jueves me levanté decidido a irme a Santa María de las Aguas Buenas con mi madre. Camino a casa intenté llamar a Luis una vez más, y finalmente este contestó el teléfono. Yamileth se había ido con doña Marina a la iglesia cuando Luis fue a buscarla aquel mismo miércoles después del tiroteo en el antro. Se apareció en la iglesia ya casi al final, cuando el predicador ya estaba cerrando el tema. El pianista, Alberto y otro muchacho más, se pararon junto al predicador. Alberto vio a Luis sentado en la última banca y sonrió. Entonces comenzaron a cantar:

No el corazón se turbe.
Creed siempre en Dios y en mí.
En mi casa hay muchas moradas,
lugar voy a prepararte a ti.
Jesús ya viene. ¿Estás listo?
Jesús ya viene. ¿Estás listo?
¿Preparado estás si llegara hoy?
Jesús ya viene. ¿Estás listo?

Cuando hubieron terminado el predicador hizo un llamado y Yamileth se levantó y pasó al frente. Su niña iba a su lado agarrada de su pantalón, cuando vio a su papá sentado al fondo de la iglesia. Estefanía gritó: "¡Papito! ¡Papito!" y corrió hacia Luis. Yamileth alcanzó la niña y con ella en sus brazos corrió a donde su esposo. Solo doña Marina y Alberto tenían una idea de lo que pasaba. Pero ninguno de los presentes preguntó ni comentó. Solo se mostraron felices de que fuera lo que fuera que había estado pasando parecía haber tenido un final feliz. Al día siguiente, cuando finalmente hablé con él, me pidió que lo acompañara al cuartel de la policía. La idea me asustaba un poco, pero en comparación con lo que ya habíamos pasado no era nada. Además que era bueno el que ya no me tuviera que ir a Aguas Buenas. Cuando llegué a casa encontré una carta de mi banco. Mi tarjeta de crédito y mi cuenta de cheques en una sola tarjeta que en vez de un número clave, funcionaba con mi huella digital. En eso llegó Luis. El pensó que cuando se presentara al cuartel allí mismo lo meterían preso, y por eso me había pedido que lo acompañara. Se identificó como el dueño de la casa en donde habían sido encontrados dos individuos muertos. También les confesó haber sido él quien les disparó al irrumpir estos en su casa. El juez le encontró causa para juicio, y le impuso una fianza de casi doscientos mil dólares. Aunque el dinero que había sacado del Álamo era suficiente, por aquello de evitar sospechas Luis buscó los servicios de un fiador y dio la escritura de su casa como garantía.

El siguiente lunes comenzaron una conferencias sobre el Apocalipsis, a las cuales doña Marina había estado invitándonos. Luis fue desde el primer día. Yo solo fui el sábado primero de junio, a la titulada "666 y La Marca de la Bestia", pues me picó la curiosidad debido al revuelo que causaron las nuevas tarjetas bancarias, de las cuales algunos religiosos decían que eran la marca de la bestia. Pero no resultó ser lo que yo esperaba. El predicador dijo algo completamente diferente. Que el número y la marca de la bestia eran dos cosas distintas. Que el número identificaba al poder político y religioso representado por la bestia. Mientras que la marca identificaba a aquellos que seguían u obedecían a la bestia. A nadie se le pondría un seis sesenta y seis, ni un chip electrónico, ni nada parecido en la mano o en la frente. Según decía aquel hombre, el Espíritu Santo es quien sella o identifica a los hijos de Dios. Y la señal de ese sellamiento es la obediencia a Dios. El diablo, o como lo llamaba él, "el enemigo", se opone a la ley de Dios, y a través de los tiempos ha pretendido y conseguido que los seres humanos obedezcamos tradiciones creadas por nosotros mismos en lugar de obedecer los mandamientos de Dios. Una de esas tradiciones era el observar el domingo como día de descanso en lugar del sábado, como lo ordena el cuarto mandamiento. Decía que en "estos" últimos días la obediencia al cuarto mandamiento sería la señal que identificaría a los hijos de Dios de los seguidores de la bestia. En otras palabras, según aquel hombre, el domingo se convertiría en la marca de la bestia. Entre los que obedezcan a la bestia, algunos lo harán por convicción y otros por conveniencia. Mientras que aquellos que obedecen a Dios solo lo pueden hacer por convicción. Por tal razón la marca de la bestia puede ser llevada en la mano o en la frente. Mientras que el sello de Dios solo puede ser llevado en la frente. Entonces habló de lo que acarrearía aquella discrepancia entre sábado y domingo; la persecución. Ya me parecía haber escuchado suficientes ridiculeces por una noche, pero aquello rompió la barrera de lo absurdo. ¿En pleno siglo XXI, que los Estados Unidos de Norteamérica encabecen una persecución religiosa por algo tan trivial como el ir a la iglesia el sábado o el domingo?

La respuesta no tardo en llegar. Esa misma noche cuando salía de aquel lugar, el conferenciante fue abaleado en el estacionamiento. Los que lo hicieron tomaron su cartera, pero estoy seguro que fue para hacer pensar que el motivo había sido el robo. Él no había sido el primero. Pero hasta entonces habían pasado como coincidencias. Después de aquel incidente comenzó poco a poco una escalada en los atentados contra personas que guardaban el sábado, que se hizo obvio que las creencias religiosas eran la causa. Para aquel entonces se estaba discutiendo un nuevo proyecto de ley llamado Proyecto de Integración Familiar, que proponía que todos los negocios permanecieran cerrados los domingos. Todo aquel que se atreviera a expresar en público su oposición a dicho proyecto se arriesgaba a por lo menos pasar un buen susto. Un muchacho que pintaba murales en la calle alusivos a la observancia del sábado, terminó en un hospital después de que alguien golpeara con su auto el andamio donde se encontraba. El vandalismo de templos adventistas, sus estaciones de radio, sus librerías, y todo aquello que de alguna manera les sirviera para predicar sus creencias fue aumentando al mismo grado que líderes de otras denominaciones aumentaban las prédicas en contra de los guardadores del sábado. Mas todas esas noticias pasaban desapercibidas a la sombra de noticias sobre terremotos, volcanes, huracanes y pandemias. Cuando se dio a conocer la existencia de una vacuna para curar el SIDA se pensó que la medicina moderna podía encontrar una cura para lo que fuera. Pero en los años que siguieron, enfermedades consideradas extintas y otras no tan antiguas, comenzaron a esparcirse por todos lados, contagiando hombres y bestias. Peste, lepra, cólera, la enfermedad de las vacas locas, la gripe aviaria. Esto en adición a explosiones e incendios en lugares públicos, aviones caídos, trenes descarrilados; costaban la vida a cientos de miles.

---Este país solía estar bendecido por Dios. Pues fue fundado en la base del cristianismo ---decía un predicador famosísimo---. Dios nos libraba de huracanes. Nos libraba de terremotos. Pero en estos últimos días la ira de Dios a caído sobre nosotros. ¿Por qué? Yo les diré por qué. Porque la ley de Dios es violada y se predica en su contra y nosotros lo permitimos. Esa es la razón. Dios dio el sábado a los judíos. Y a los cristianos nos dio el domingo. Pero hay un grupo por ahí que a lo bueno llama malo, y a lo malo llama bueno. Y dicen que no, que el sábado es para los cristianos. Pero, ¿dónde estaba esa gente cuando pedíamos al gobierno que prohibiera el aborto? Nuestros hermanos católicos estaban ahí. Nuestros hermanos metodistas estaban ahí. Bautistas, luteranos. Todos estaban ahí, menos los adventistas. Por sus frutos los conoceréis. A lo bueno llaman malo, y a lo malo llaman bueno. Cuando luchábamos por la prohibición del alcohol. tampoco estaban allí. Hoy el pueblo cristiano se une nuevamente para exigir a nuestro gobierno que reviva los valoras cristianos. Tanto crimen, tanto vicio. ¿Por qué? Por la falta de Cristo en los hogares. Tan simple como eso. Y mientras los cristianos de todas las denominaciones nos unimos para procurar que el gobierno garantice a todas las familias del país el que juntos como familia puedan ir a la iglesia los domingos, los sabatistas tratan de minar nuestro esfuerzo con su mensaje y sus creencias. Nosotros procuramos revivir los valores cristianos dentro del núcleo familiar para acabar con los divorcios, el maltrato, la falta de valores, que son la raíz de los males sociales; y los sabatistas poniendo piedras en el camino. Porque a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo. Y ya es tiempo de que no nos quedemos callados. Si queremos volver a gozar de la bendición de Dios hagamos nuestra parte y él hará la suya.

El primero de julio, un mes después del asesinato del conferenciante, el gobierno federal aprobó la ley dominical que establecía no solo que los comercios permanecieran cerrados los domingos hasta las tres de la tarde; sino que aquellas personas que trabajaban por cuenta propia tampoco podían prestar sus servicios durante esas horas. Los violadores enfrentarían multas que comenzaban en los cien dólares. Las iglesias protestantes en los Estados Unidos ejercían gran influencia en el gobierno, por su poder de convocatoria que les permitía manipular la opinión y el voto del pueblo. Muchos funcionarios públicos, tanto a nivel estatal como federal, le debían favores a muchos líderes religiosos. Pero el mayor peso lo puso un viejo aliado. El mismo que no solo ayudara a los Estados Unidos a ganar la guerra fría décadas atrás; sino que logró una unidad de propósitos entre las religiones que condujo a la paz en el Oriente Medio; el Vaticano. La Iglesia Católica ya había venido impulsando la inclusión de la ley dominical en la Carta magna de la Unión Europea desde la primera década de este siglo. Y la adopción de una ley dominical en los Estados Unidos fue el último empujoncito que los países europeos necesitaron para hacer lo mismo. Tres semanas después la ley dominical era añadida a la Carta Magna. Y dos semanas más tarde la legalidad de las leyes dominicales era tema de discusión en la ONU.

Aunque el conferenciante había sido asesinado, las conferencia sobre el Apocalipsis no se detuvieron. Su hijo tomó su lugar al día siguiente. Como yo no continué yendo, Luis se empeñó en contarme lo hablado en cada una de ellas. Se la pasaba diciéndome cosas como que la segunda bestia con apariencia de cordero pero que habla como dragón representaba a los Estado Unidos, que su apariencia de cordero era una referencia a su Constitución como nación defensora de la libertad y los derechos humanos, pero que en un momento dado la separación entre Iglesia y Estado desaparecería, y bajo la influencia de las iglesias protestantes, comenzaría a hablar como dragón al imponer leyes de corte religioso. Bestias, imágenes de bestias, todo me parecía bastante bueno como para el guión de una película. Pero bastante ridículo para profesión de fe.

---Loco, esa religión la fundaron un chorro de locos esquizofrénicos--- le dije.

Cuando se aprobó la ley dominical el primero de julio yo no le presté mucha importancia, pues al principio no parecía haber nada de intolerancia ni de persecución en la ley. Solo me pareció una ley estúpida, como la llamada ley de cierre a la cual remplazó. ---"No es la primera ley absurda. Ni será la última,"--- me decía a mi mismo. Un grupo de adventistas que incluía abogados, jueces y otras personas de renombre argumentaron la constitucionalidad de la nueva ley; y el caso llegó hasta el Supremo. Este hecho ganó atención en los noticieros. Atención que fue aumentando conforme celebridades de la política y la farándula se alineaban con uno u otro bando. Un día me pareció ver a la hermana de Luis en uno de los videos de una noticia referente a las vistas sobre el caso. Ella era uno de los abogados a favor de la ley. Ya no llevaba trenzas. Tenía el pelo alisado y de un color medio rubión a la altura de los hombros. Pero sin duda era ella. La noche siguiente al asesinato del conferenciante, muchos autos fueron vandalizado, incluyendo el de Luis, que resultó con el cristal trasero roto. Con todo Luis continuó yendo hasta el final de las conferencias. Las cosas comenzaron a cambiar en las iglesia adventistas. La iglesia ya no resultaba ser un buen lugar para ir a pasar el tiempo. Muchos comenzaron a temer ser vistos en un templo adventistas y dejaron de visitarlos. Al paso de tres o cuatro meses casi la mitad de los miembros de iglesias adventistas las habían abandonado. Y una cantidad similar harían lo mismo en los meses por seguir. Pero si por un lado unos se iban, nuevos miembros llegaban por el otro. Luis y Yamileth estaban en ese segundo grupo compuesto por personas de todas las denominaciones que comenzaron a unirse a la iglesia adventista. Mucha gente no tenía ni idea de cuales fueran las creencias de los adventistas. Los mismos pastores y ministros de sus respectivas denominaciones despertaban la curiosidad con sus acusaciones. Y aunque muchos se conformaba con que sus lideres religiosos tacharan algo como maligno para ellos aceptarlo así, algunos sentían la necesidad de saber por qué. Todo era como un círculo de causa y efecto que cada vez adquiría mayor moméntum. Al ver miembros de sus iglesias aceptar el mensaje adventista, las predicas de muchos pastores y ministros protestantes se tornaban más intolerantes e incitantes; y esto a su vez provocaba que más miembros de sus iglesias se cuestionaran si tal proceder no iva en contra del evangelio de Cristo, y terminaran queriendo saber más sobre aquellos proscritos y su mensaje. Por otro lado, conforme la animosidad en contra de los adventistas aumentaba, muchos de sus antiguos miembros se acobardaban y abandonaban la iglesia. Muchos no solo la abandonaban, sino que unían sus voces a aquellos que la atacaban y criticaban. Solo aquellos que preferían seguir lo que les dictara su conciencia sin importar el peligro que ello acarreara, permanecieron en la iglesia adventista. Al final más de un noventa por ciento de los miembros de la Iglesia Adventista en el mundo entero habían abandonado la iglesia. De haber sido miembro, sin duda, yo también hubiera estado entre el número de los temerosos. Después del asesinato del conferenciante y los autos vandalizados al día siguiente no me interesaba ni saber de las dichosas conferencias. Tampoco volví a quedarme una noche más en casa de Cecia. Iva de vez en cuando pero no me quedaba a dormir así me sorprendiera una tormenta estando en su casa. A ella tampoco le gustaba quedarse en mi casa. La verdad es que yo mismo procuraba que no me sorprendiera la noche con ella. De día dábamos rienda suelta a nuestras pasiones hasta que dolía. Pero me asustaba el estar junto a ella en las noches. La música del disco que me diera Estefanía, la ponía de un humor perro. Hasta el punto que una mañana se levantó, quitó el disco, lo partió por la mitad y lo tiró a la basura. Para mi esa mujer estaba cada día más loca. Ella después me decía que no sabía lo que le había dado. Pero según mi doctor el loco era yo. Había terminado viendo un sicólogo y me dijo que estaba sufriendo de esquizofrenia. Me mandó donde un siquiatra que me recetó unos medicamentos carísimos; pero yo preferí gastar dieciocho dólares en otro disco. Cuando Cecia se enteró se enfureció y se fue. No importaba donde escondiera el disco y cuantas copias hiciera de él, ella siempre los encontraba. Como Luis me había contado que Alberto cantaba en un cuarteto como el de los tipos del disco, un sábado, como a eso de la una de la tarde, le dije a Cecia en son de broma que los iba a traer a la casa para que le dieran un concierto privado si seguía rompiéndome los discos. Su rostro cambió en un segundo y con una voz profunda como de varón me dijo; ---"Déjanos tranquilos."--- y así nada más me levantó por encima de su cabeza y me lanzó por los aires con tal fuerza que desde la sala fui a caer detrás de la mesa del comedor. Yo gateé hasta la cocina y salí despavorido por la marquesina. El corazón me latía tan fuerte que lo podía escuchar latiendo. Un vecino que estaba paseando a su perro me miró con una cara de "qué rayos le pasa a este." Me monté en mi carro y fui a dar a casa de Luis. Alberto y su tía estaban allí. Les conté lo sucedido y ellos comenzaron a hacer llamadas telefónicas, y en menos de una hora, como con trece personas más, llegamos a mi casa. Cuando entré Cecia me recibió como si nada hubiera pasado. Pero tan pronto vio que no estaba solo volvió a actuar como lo hiciera una hora atrás. Entre los hombres la sujetaron y la llevaron adentro de un cuarto. Doña Marina me ordenó que me quedara con ella en la sala. Luis también se quedó conmigo. Los que se quedaron en la sala comenzaron a cantar himnos. Se escuchaba desde la habitación a uno de los hombres diciendo: "en el nombre de Jesucristo, sal de ella." Un montón de cosas pasaban por mi mente. Quería ver qué era lo que estaba pasando allá adentro. Pero cada vez que trataba de ir al cuarto a ver me lo impedían.

---Tu no estás preparado para entrar allí ---me decían. Los gritos de Cecia se escuchaban por toda la calle. Quienes estaban en la sala continuaban cantando, y algunos de los que estaban dentro del cuarto comenzaron a cantar también, mientras que alguien continuaba orando y diciendo: "En nombre de Jesucristo, sal de ella." Entonces aquella voz comenzó a gritar: ---"¡Maricón! ¡Quién te crees tú, maricón! Tú no eres un santo, viejo pato. Todo el mundo sabe que tu eres un marica. Hasta tu esposa.--- Y continuó describiendo con las palabras más repulsivas todo los pecados que aquel hombre cometiera en el pasado. Y luego sigió con cada uno de los que estaba en el cuarto. ---¡Tecato! ¡Canta tecato! ¿No quieres ganarte cinco pesos para que te vayas a meter droga? Tú sabes lo que tienes que hacer papito.--- Pero nadie le prestaba atención a aquellas palabras. Solo seguían orando, cantando himnos, y repitiendo: "En nombre de Jesucristo, sal de ella." Alberto salió y me preguntó por bolsas para la basura.

---¡Para qué tu quieres bolsas para la basura!

---¡Para botar la basura!--- me dijo. Y entró a mi cocina y buscó hasta encontrar el zafacón. Sacó la bolsa y comenzó a recorrer toda la casa. ---"¡Esta gente esta loca! ¡Dios mío! ¿Qué es lo que está pasando aquí?"--- pensaba. Alberto quebró en el suelo un indio con un incensario que Cecia había puesto en la sala y otras imágenes, y lo echó todo a la basura. Luego entró al baño y apagó unas veladoras que tenía allí y también las echó a la basura. Luego comenzó a romper mi colección de disco compactos y a echarlos a la basura. Los gritos seguían, y ya los vecinos comenzaba a conglomerarse al frente de la casa. Hasta llegaron a llamar la policía. Luego volvió a aparecer Alberto preguntándome por aceite.

---¡Para qué tu quieres aceite!

Sin perder el tiempo en explicarme abrió los gabinetes, y rebuscó hasta que lo encontró. Sacó una botella de aceite de oliva, vertió un poco en la misma tapa de la botella y entró a la habitación. Cecia continuaba gritando y profiriendo insultos. Los que estaban en la sala comenzaron a cantar un himno que decía:

Salvador, a ti me rindo, obedezco sólo a ti.
Mi guiador, mi fortaleza, todo encuentro, oh Cristo, en ti.
Yo me rindo a ti, yo me rindo a ti;
mi flaqueza, mis pecados, todo rindo a ti.

Los que estaban dentro de la habitación se unieron en el canto. Y aquella voz dejó los insultos y solo gritaba que se callaran, cada vez con mayor desesperación. Pero ellos cantaban con más fuerza:

Te confiesa su delito mi contrito corazón.
Oye, Cristo, mi plegaria; quiero en ti tener perdón.
Yo me rindo a ti, yo me rindo a ti;
mi flaqueza, mis pecados, todo rindo a ti.

A tus pies, Señor, entrego bienes goces y placer.
Que tu Espíritu me llene, y de ti sienta el poder
Yo me rindo a ti, yo me rindo a ti;
mi flaqueza, mis pecados, todo rindo a ti.

Cuando el himno acabó todo estaba tranquilo y Cecia había vuelto en sí. La policía llegó al lugar, y todos los vecinos de mi calle estaban afuera de la casa. Y hasta algunos que ni siquiera eran de por allí. La explicación a la policía de lo que había ocurrido se convirtió en un testimonio. Luego se transformó en una prédica. Y terminó siendo todo un servicio religioso. Alberto y sus compañeros comenzaron a cantar. Luis me había comentado de lo bien que Alberto cantaba, pero yo pensé que exageraba buscando despertar mi curiosidad para que fuera a la iglesia. Pero la verdad es que el sonido era cautivador. Hasta los niños del vecindario eran atraídos por la armonía de aquellos cuatro hombres. La primera noche que Alberto fue a la iglesia después de salir del hospital, un caballero de más de sesenta se le acercó al final del servicio y le preguntó si le gustaría cantar. Allí mismo le probó la voz junto al piano, y en el ensayo siguiente el anciano lo presentó como su remplazo en la voz de segundo tenor. Desde entonces los había acompañado cada semana a cantar en hospitales, casas de retiro, orfanatos, iglesias adventistas y no adventistas, cárceles, y en distintos lugares públicos. Mis vecinos comenzaron a pedir oración por problemas y enfermedades; y hasta los policías que allí habían llegado pidieron que oraran por ellos. Finalmente Alberto, Luis, doña Marina y yo acompañamos a Cecia a su apartamento. Ellos tres comenzaron a recoger figuras, cuadros, música, libros de cientología y nueva era. Cecia no se sintió conforme y le pidió a Alberto que no tirara esas cosas a la basura donde alguien las pudiera encontrar, sino que las quemara. Cecia comenzó a asistir a la iglesia desde entonces. El cuarteto había sido invitado para cantar en las conferencias sobre el Apocalipsis que ahora comenzarían en el oeste del país. Cecia no solo asistió cada día, sino que dio su testimonio en público allí. Y cuando las conferencias se trasladaron al sur, también allí fue ella a relatar su experiencia.

Cecia vino a visitarme algunos días después. Nunca volvimos a intimar. Solo me visitaba para hablarme de su nueva vida, de lo que estaba haciendo, de su bautismo. Ciertamente de la abundancia del corazón habla la boca. Ella solo hablaba del amor de Cristo. Yo siempre terminaba hablando de sexo. Finalmente ella dejó de visitarme y solo me enviaba saludos con Luis. Ese año la influenza costó la vida a unas 200,000 personas en la región del Caribe solamente. Cecia pasó tres días y tres noches junto a mi cama mientras yo deliraba de fiebre. Tal vez fue por ella que no fueron 200,001. Durante esos días ella me contó lo que sintió al vivir aquella experiencia.

---Era como un sueño ---me dijo un día, cuando yo convalecía en mi casa a causa de la influencia---. Yo no podía distinguir si estaba pasando en realidad o si era una pesadilla. Era como si yo estuviera atrapada en algún lugar dentro de mi cabeza. Lo veía todo a través de mis ojos, pero no podía controlar mi propio cuerpo. Y solo escuchaba gritos dentro de mi cabeza. Como los gritos que escuchamos aquella noche en el cruce, pero multiplicados por miles. Trataba de despertar y no podía. Trataba de pedir ayuda, pero no me salía la voz. Entonces entre los gritos comencé a escuchar voces que cantaban. Y solo dije en mi mente: "Cristo ayúdame"; e inmediatamente me encontré en la cama. Los gritos cesaron y ya lo único que escuchaba era el himno. Entonces pregunté por ti.

Don Carmelo, aquel anciano que había echado los demonios fuera del cuerpo de Cecia, comenzó a aparecerse por mi casa cada sábado con su esposa. Había comenzado a dar estudios bíblicos en tres casas en mi calle, producto del incidente de aquella tarde de sábado. Yo siempre lo atendí en la puerta y nunca lo dejé entrar. El viejo y su esposa comprendieron el mensaje y dejaron de venir. De vez e cuando me veían al pasar y me saludaban desde lejos. A veces la vieja se acercaba y me regalaba alguna revista. Después que las tres familias de mi calle terminaron con los estudios bíblicos, todos se comenzaron a reunir en una de las casas todos los martes en la noche; y poco a poco se fueron añadiendo más personas. Luego no eran solamente aquel viejo y su esposa los que venían a dar estudios bíblicos, sino que los recién bautizados comenzaron también a dar estudios y a repartir revistas y demás material impreso. Entonces los Testigos de Jehová también comenzaron una campaña agresiva de evangelización en toda la urbanización. Todos los sábados me lo pasaba botando cristianos de mi casa. Y después que se aprobó la ley dominical, prohibiendo trabajar los domingos, los adventistas comenzaron a venir los domingos también. Así que los sábados los Testigos interrumpían mi desayuno, los Mormones interrumpían mi almuerzo, y los adventistas mi cena. Pero los domingos eran los adventistas desde las nueve de la mañana hasta que ellos creían que era suficiente. Era como una competencia por evangelizar. Pero la gota que derramó el vaso fue cuando un vecino pentecostal decidió hacerle la competencia al grupo de adventistas que se reunían los martes por la noche, e instaló un equipo de amplificación en su marquesina, y comenzó a tener servicios todos los martes. La próxima vez que mi madre vino de Santa María de las Aguas Buenas para visitar a mi hermano a la cárcel, le sugerí vender la casa.

Capítulo 7

Esto no es una publicación oficial de la Iglesia Adventista de Séptimo Día, ni pretende representar el sentir oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ni de ninguna otra organización religiosa. Todo el contenido es responsabilidad del autor; Víctor M. Monsanto Ortega.

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