o mantenía la esperanza de que en algún momento nos encontráramos
con Luis y con mi madre. Permanecíamos en los bosques moviéndonos de un lugar a otro, pues había un nuevo deporte que cada
día atraía más aficionados; la casería de sabatistas escondidos por los montes. También del llamado Mediterranean Flu se
comenzó a decir que era culpa de los sabatistas. En dos semanas aquella enfermedad se había esparcido desde Portugal hasta
Grecia y Macedonia. Todo el sur de Europa estaba sumido en el caos. No había quien trabajara, pues todo el mundo estaba enfermo.
Y no había quien tratara a los enfermos, pues los médicos y las enfermeras también lo estaban. No había maestros que enseñaran
en las escuelas y universidades, ni estudiantes que fueran a aprender. No había quien violara la ley, ni policía que lo arrestara.
No había quien recogiera la basura, ni quien reparase las averías en los sistemas eléctricos o de acueductos. Las grandes
ciudades del Mediterraneo se habían tornado pueblos fantasmas donde gente enferma convalecía encerrada en sus casas, alumbrándose
con velas. Pero algo ocurrió que desvió la atención del mundo entero de aquella plaga. Íbamos caminando por el monte y desde
allí veíamos el pueblo más abajo, cuando comenzamos a escuchar la conmoción. Los gritos se iban regando por todo el pueblo.
De una casa a otra se gritaban. No lográbamos entender lo que decía. Pero conforme el vocerío se esparcía hacia las casas
más cercanas a donde estábamos los gritos se hacían más claros. ¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido!
Jonatan encendió el radio y eso mismo fue lo primero que
escuchamos.
--- ¡Cristo ha venido! Como periodista siempre he tratado
de ser objetivo en lo que reporto, pero créanme lo que les digo. ¡Cristo ha venido! Si usted no creía en Dios... Si pensaba
que esos seres con alas en las pinturas era una invención de la imaginación humana... Hace apenas unos minutos, miles de ángeles
comenzaron a decender del cielo aquí en Washington D.C. Señoras y señores. No tengo palabras... Jesucristo y sus santos ángeles
se encuentran aquí, en este mismo instante frente a nosotros. Todos los medios noticiosos de la nación están aquí. La gente
ha salido de sus oficinas, abandonado sus labores, para presenciar algo que nadie puede dejar que otro se lo cuente. Y, bueno...
Se que esta transmisión esta siendo escuchada a través de las hondas radiales por varias estaciones de radio que se han encadenado
a nosotros, pero si usted no tiene un televisor a su lado enciéndalo. Y si no, corra y busque uno. Porque esto no se puede
describir con palabras.
Y así nada más, Jonatan apagó el radio.
--- ¿Qué haces? ---protesté---. Enciende el radio.
---Ese no es Cristo ---me dijo--- Es Satanás haciéndose pasar
por Cristo.
Entonces recordé que ya había escuchado eso antes. Traté
de convencer a Jonatan a que me diera el radio y solo me respondió: ---Si alguno os dijere: He aquí está el Cristo, o allí,
no creáis. Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera que
engañaran, si es posible, aun a los escogidos. Así que, si os dijeren; He aquí en el desierto está; no salgáis: He aquí en
las cámaras; no creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la
venida del Hijo del hombre.
---Mateo veinticuatro, veinticuatro ---añadió la niña con
una sonrisa, como si todo estuviera bien. Yo no entendía que para ella si lo estaba. Yo pensaba que me encontraba en una situación
caótica. Para ella tal vez era como estar de campamento. Mucho mejor que vivir en el hogar de niños. Pero sobre todo, la diferencia
la hacia el hecho de que ellos tenían esperanza en algo que habían creído. Yo no. Yo había venido a creer cuando ya no había
esperanza.
Seguimos andando, pero ya de noche cuando los niños dormían
le eché mano al radio. Los reporteros describían con detalles como la gente buscaba por todos los medios ver en persona a
aquel supuesto cristo. En par de minutos la congestión vehicular paralizó la capital de los Estados Unidos. La única manera
de moverse a través de Washington era a pie, porque todas las avenidas estaban tan repletas de automóviles que casi se tocaban
unos con otros. Muchos de ellos abandonados por sus dueños, quienes en su desespero habían continuado a pie su camino para
ir a ver al cristo. Le traían enfermos y él los sanaba, la gente se postraba ante él y él los bendecía levantando sus manos.
Citaban sus palabras, las cuales decía con una voz dulce y melodiosa que se podía escuchar a gran distancia, y que eran muy
parecidas a las que aparecen escritas en la Biblia. Estaba vestido con una larga bata blanca y una cinta de oro alrededor
del pecho. Su rostro resplandecía de tal manera que era difícil acostumbrar la vista. Después de reunirse con los gobernantes
y políticos en el Capitolio se elevó hacia el cielo y se fue. Pero al instante estaba siendo visto en Nueva York. Allí hizo
lo mismo que en Washington. Habló a las multitudes, sanó a los enfermos, y se reunió con los representantes de los diferentes
países en el edificio de las Naciones Unidas. Al día siguiente apareció en Jerusalén, y después en Medina. Finalmente, el
tercer día, apareció en Roma. La gente esperaba ser sanadas de la enfermedad que hacía ya tres meses azotaba la región pero
no lo fueron. En cambio les indicó que aquella plaga había venido por causa de aquellos que violaban la santidad del domingo
y se empeñaban en guardar el sábado. Y que solo deteniendo la causa de la plaga podían ser curados.
Ya se reportaban los primeros casos en Inglaterra, Egipto,
Libia y Marruecos. Pero después de la aparición de aquel supuesto cristo, la noticia no era tanto la plaga sino las reuniones
simultáneas que se llevaban a cabo entre líderes políticos y religiosos en los siete continentes. Ya todos estaban de acuerdo
al señalar cual era la causa de todos los males: los sabatistas. La solución que corría por debajo de la mesa era exterminarlos
a todos. Pero nadie se había atrevido a ser el primero en proponerlo abiertamente. Fue en los Estados Unidos donde un representante
de la Iglesia De Los Santos De Los Últimos Días se puso de pie frente a la asamblea en Nueva York y comenzó a hablar.
---Desde nuestros inicios, nuestra Iglesia ha reconocido
la verdad de que hay pecados para los cuales el sacrificio de Cristo no es suficientes. Esos pecados requieren el sacrificio
de quienes los cometen. El pecado de los sabatistas es uno de esos pecados. La respuesta es clara. Los sabatistas deben morir.
No solo para librarnos de las calamidades que nos azotan, sino también para librarse así mismos de la condena eterna por sus
pecados.
Alguien saltó de su silla, cuando aquel hombre estaba aun
hablando, y propuso a gritos dar muerte a todos los sabatitas. La propuesta fue apoyada sin ninguna objeción. Y el seis de
febrero todos los representantes de los estados del mundo votaron a favor unánimemente. Acordar la fecha fue más complicado
Algunos querían hacerlo de inmediato. Otros querían tomarse el tiempo y asegurarse que ni uno solo sobreviviera. Dos semanas
después se acordó que el veintiséis de octubre sería el día de purificación. El día en que se le daría muerte a todos los
sabatistas. Pero si aquellas eran noticias impresionantes lo que escuché al día siguiente lo fue aun más. La Bahía de Bengala
se había convertido en sangre. Cierto doctor en qué se yo, explicaba el supuesto fenómeno.
---Es muy simple ---decía el letrado---. Después de todas
esas lluvias torrenciales que ha experimentado la región y que han roto todos los récords de precipitación, una gran cantidad
de barro ha sido arrastrada por los ríos y desembocado en el mar.
---Doctor. Pero la gente dice que es sangre. Hasta nuestro
corresponsal nos indica lo mismo. No es por llevarle la contraria, pero me parece a mí que no hay que ser doctor para saber
la diferencia entre agua con barro y sangre.
---No te creas, Aníbal. El barro puede ser bastante rojo.
Como ladrillos mojados. Además, la turbidez del agua provoca la muerte de los peces que en ella están, produciendo el mal
olor que la gente menciona. Además de los miles de desaparecidos que probablemente han sido arrastrados por las corrientes.
Pero ya verá usted que en pocos días, después que cesen las lluvias, la turbidez se asentará y todo volverá a la normalidad.
Pero contrario a lo que dijo el doctor, la turbidez no se
asentó. Al contrario. De rojo, pasó a negro; y las olas dejaban sobre las costas enormes costras de sangre coagulada. La sangre
se siguió esparciendo por todo el Mar de Bengala; y una enorme plaga de moscas se propagó por todo el sur de Asia esparciendo
enfermedades sobre gente y animales. Mientras escuchaba a aquel doctor me preguntaba, ¿Acaso ese señor nunca escuchó hablar
de las siete plagas? Pues aunque casi nadie pueda enumerar las siete, hay una que todo mundo sabe, y es el agua convertida
en sangre. Hasta yo reconocía la veracidad de la profecía en aquel momento. Pero aquel doctor era un ejemplo de que aun viendo
todo lo que estaba sucediendo quedaba gente incrédula. Sin embargo, aun en su incredulidad, aceptaban la imposición de la
ley dominical y la persecución por evitarse problemas. Como me explicara Luís aquel domingo cuando se mudaba a Santiago; estos
no llevan la marca de la bestia en la frente, pues no creen en lo que la bestia enseña, pero la llevan en la mano porque aunque
no creen en el engaño, lo aceptan por conveniencia. ¿Y yo? ¿En dónde llevo yo mi marca?
A muchos les comenzó a parecer que la fecha de octubre, casi
un año entero, era mucho esperar para matar a los sabatistas. Gente se arman con lo que sea: rifles, machetes... y salen a
los bosques y montes en busca de sabatistas. Aquí es muy fácil, pues ya casi no hay montes. Todo está repleto de casas. Y
los que conocen el lugar saben donde están los pozos y los manantiales. Día y noche debemos estar alertas. Un día mientras
andábamos buscando que comer, escuché voces. Envié los niños a esconderse y subí a un lugar más alto para poder ver que ocurría.
Había siete hombres bien equipados para una buena cacería. Dos más llegaron poco después. Tenían vehículos, motoras, radios
y muchas armas. Comenzaron a caminar monte adentro hacia donde estaban los niños. Yo corrí para adelantármeles, pero el camino
era escabroso. Alguien gritó ¡Alto ahí! Y yo me agaché pensando que me hablaban a mí. Entonces me di cuenta que tres de los
tipos había encontrado a los niños. Estaban a menos de cincuenta pies de ellos. Jonatan grito corre, y los hombres comenzaron
a dispararles. Yo grité, y los individuos entonces se volvieron y comenzaron a dispararme a mí. Corrí como un demente, y mientras
corría escuchaba los fragmentos de los tiros de escopeta atravesando las hojas de las matas de plátanos a mi alrededor, y
veía la vegetación frente a mi volar en pedazos. Mas los perdí rápidamente. Cuando me di cuenta que ya nadie me seguía y paré
de correr, el cielo se rasgó en un torrencial aguacero. Pasé la noche solo y empapado. No podía encontrar los niños por ninguna
parte. Probablemente los cazadores habían tomado sus cuerpos para reclamar alguna recompensa, o como trofeos, o por alguna
otra razón que hubieran producido sus mentes enfermas. En fin no sabía ni qué pensar. Cuando finalmente me venció el pesimismo,
fui debajo de un puente a refugiarme de la lluvia. Y allí estaban. Sanos y salvos durmiendo debajo del puente. No pude esperar
a que se despertaran. Los llamé y luego comencé a llorar como nunca lo había hecho delante de alguien, aun cuando siempre
he sido bastante sentimental.
--- ¿Cómo lograron escapar? Ha sido un milagro.
---Claro que lo fue ---respondió Jonatan---. Dios ha permitido
que su pueblo sufra porque tal vez su martirio podía conmover el corazón de algún pecador. Pero ya la gracia ha terminado.
Ya los mártires no tienen razón de ser. Y Dios no nos va a dejar morir en vano.
Los niños tenían razón. Siempre la tuvieron. Hacía seis meses
que estábamos corriendo por los montes, y siempre encontramos algo que comer, y nuestras ropas no se nos habían vuelto hilachas
sobre nuestros cuerpos. Una vez los cazadores aparecieron y Aura estaba justo en frente de ellos en el riachuelo llenando
un termo con agua, y ellos no la vieron. En otra ocasión estábamos rodeados y de pronto se desató un incendio que mantuvo
a los cazadores a raya hasta que los perdimos de vista. Pero eso no me da mucho consuelo que digamos. Al contrario. La culpabilidad
se apodera de mi mente; y cada día la angustia dentro de mí va creciendo.
En la radio dijeron que unos soldados israelíes habían encontrado
el arca del pacto. Dentro de ella encontraron dos tablas de piedras que contenía los diez mandamientos, tal y como aparecen
escritos en Éxodo 20. Incluyendo el cuarto mandamiento. Pero rápidamente aparecieron las excusas. Pusieron en duda que aquellas
tan bien preservadas tablas de piedras hubieran sido escritas en tiempos de Moisés. Y su edad no pudo ser establecida por
medio de radio datación. O al menos esos dijeron. El hallazgo fue rápidamente echado a un lado, y otras noticias, rápidamente
ocuparon la atención. Las aguas del Mar de Arabia y el Mar de la China se habían vuelto sangre también. Al principio de la
plaga, la sangre había descendido río abajo por el Río Ganges, pero conforme la plaga se esparcía por el mar, subía corriente
arriba por los ríos; y invadía aun el agua atrapada en las represas, de manera que hasta por las plumas y regaderas de las
casas lo que salía era sangre. Los muertos se contaban por millares. Aquí mismo ha muerto mucha gente. Aquella ladera que
habíamos visto deslizarse montaña abajo desde la casa de Gabriel, no fue la única. Escenas similares se vivieron en toda el
país. Barrios enteros desaparecieron sepultados por los derrumbes. Y eso no solamente aquí, sino en Trinidad y Tobago, y en
todas las islitas. En Puerto Rico, en la Republica Dominicana y Haití, en Jamaica y en la Sierra Maestra en Cuba. En Venezuela,
Colombia y Centro América. Los epicentros de los primeros temblores ocurrieron a lo largo de una línea que comenzaba unos
cien kilómetros al norte del Cabo San Rafael, y se extendía hacia el este al interior del Atlántico. El Volcán Soufrier en
la Isla de Monserrat entró en erupción, seguido por el Soufrier de la Guadalupe en la isla del mismo nombre. En las semanas
siguientes ocurrieron más temblores a lo largo de la costa norte de Jamaica, y más erupciones volcánicas a lo largo de todas
las Antillas Menores. Un mes después del primer temblor, unos dieciséis volcanes habían hecho erupción. Sendas nubes de humo
y cenizas volcánicas cubrían el cielo. Solo cuando los vientos de alguna tormenta pasando al norte de la isla empujaban esas
nubes hacia el sur lograban los rayos del sol penetrar. La noche del veintiuno de junio fue una de esas pocas en que se lograba
ver el cielo entre nube y nube. Esa noche vimos la aurora boreal dibujando extrañas figuras en el cielo. En un momento dado,
parecía que un gigantesco brazo bajaba del cielo, llevando en la mano dos tablas que se abrieron mostrando su contenido. Los
diez mandamientos brillaban sobre las tablas. La mano de aquel enorme brazo levantó su dedo, señalando hacia el cuarto mandamiento,
que brilló más que los otros. Luego las nubes cubrieron todo nuevamente.
Dudando de mis propios ojos, pregunte a los niños: --- ¿Ustedes
vieron lo mismo que yo vi?
---Si.
Según decían en la radio, alrededor del mundo, auroras boreales
se veían no solo desde zonas templadas sino hasta del trópico. Muchos comenzaron a especular que el tal Maytreya había reaparecido.
Cuatro norteamericanos se hicieron estallar dentro de la Mesquita de Omar, tratando de forzar el cumplimiento de las profecías
sobre el rapto. Los daños a la mezquita fueron reparados, y la mezquita aun sigue allí. Ningún templo de Salomón se ha erigido
en su lugar. Lo único que lograron aquellos cuatro individuos fue el inicio de una guerra subterránea entre extremistas. En
el momento menos esperado, estalla una bomba, o de la nada se arma una balacera. Los gobiernos de Israel y sus vecinos árabes
aparecen en los noticieros diciendo que todo anda bien en las relaciones entre sus estados, mientras que grupos militantes
árabes y judíos se matan en las calles.
---La ignorancia es atrevida ---me decía Luís Raúl una vez.
Una tarde, cuando la mamá de Luís aun vivía, un individuo le faltó el respeto. Cuando el Terrible se enteró me dije a mi mismo
"ese tipo se la cojió". Pero Luís Raúl solo le dijo a su madre; --- ¡Ay mami! Así es la gente. Todos en algún momento decimos
o hacemos cosas creyendo que tenemos razón. Si el tipo lo hace otra vez entonces hablamos. Pero mientras tanto no le des cráneo
al asunto.--- La viejita le dio un beso en la cabeza a su hijo, que estaba a la mesa comiendo, y me dijo; ---Estos hijos míos
de vez en cuando se comportan como que sí tienen madre.--- Entonces él añadió con un muslo de pollo en la mano: ---Nunca subestimes
la estupidez humana.--- Así es la mente humana. Nos permite hasta engañarnos a nosotros mismos. Nos hacemos creer a nosotros
mismos nuestras mentiras. Y nos convencemos a nosotros mismos de que tenemos razón cuando en realidad no la tenemos. Y como
terminamos creyendo que lo sabemos todo, nunca llegamos a aprender nada. Mientras alguien se piense que está cien por ciento
correcto y que los otros están cien por ciento equivocados, nunca se podrán arreglar las cosas. Recuerdo un día en que la
hermana de Luis discutía con su madre sobre el mismo tema por el que siempre discutían. Ella le decía a su madre que por su
ignorancia es que había terminado sola con un montón de hijos viviendo en un caserío de la beneficencia pública. ---Pues yo
soy feliz así ---le decía su madre---. Yo después que los tenga a ustedes junto a mi y que todos estén bien, yo soy feliz.
Lo que no me hace feliz es tu actitud. Tú te crees que sabes tanto que sabes a mierda. Si tú no tienes felicidad, de sabio
no tienes na'.--- A eso se refería el profeta al clamar: "mi pueblo perece por falta de conocimiento." Esa era mi angustia.
Yo mismo me engañé. Creía que sabía, y terminé no sabiendo nada. Y ahora sentía que perecía por falta de conocimiento.
Ni Maytreya ni nadie había aparecido. Al contrario. La aurora
boreal se veía porque algo había desaparecido. El campo magnético, la capa de ozono y todo aquello cuanto protegiera la tierra
de la radiación cósmica. Mientras la gente estaba especulando y hablando sandeces sobre el rapto, y comparando fotos y videos
que le tomaran al tal Maytreya con fotos y videos del otro supuesto cristo que apareciera en Washington, el nivel del mar
aumentaba rápidamente inundando ciudades costeras y hasta islas enteras. Incendios forestales se propagaban por todos los
continentes. La producción agrícola de países enteros se perdía, hondas electromagnéticas provocaban apagones en Argentina,
Chile, Australia, Sudáfrica, Siberia, Escandinavia y Canadá, y tifones y huracanes de proporciones inconcebibles se movían
alrededor del planeta contradiciendo toda trayectoria pronosticada. Un día ríos y lagos estaban reducidos a polvo y arena
y al día siguiente los mismo ríos y lagos estaban salidos de su cause, inundando pueblos y arrastrando corriente abajo cuanto
encuentran a su paso. En un par de semanas los apagones se fuero extendiendo hacia el ecuador del planeta. Seguramente las
mismas hondas electromagnéticas que causaban los apagones fue lo que daño el pequeño radio que teníamos. Lo último que supe
es que un temblor en Nueva York había roto el dique construido alrededor de Manhattan y el océano había inundado la ciudad
matando a miles de personas. Que al otro lado del planeta también el Golfo Pérsico y al Mar Rojo ser habían convertido en
sangre; y que la sangre ya comenzaba a esparcirse por el Mediterráneo. Y llegué a escuchar algo sobre un río en los Estados
Unidos. Pero ahora mismo no tengo ni idea de que pueda estar pasando en el mundo.
Un avión nos pasó por encima y escuchamos el estruendo que
produjo al caer. Me subí a una peña para ver dónde había caído y desde allí pude ver el océano y otro avión que salía de entre
las nubes de gases, polvo y ceniza volcánica, y caía al mar. No reconocía el lugar y cuando traté de ubicarme noté que el
reloj se había detenido, así que ya no podía usarlo como brújula como me enseñara Quique. Y como el sol ya no se veía me encontré
sin saber cual era el este y el oeste, el norte y el sur. Pero eso en realidad no es lo que me importa. Todos mis pensamientos
están es este sentimiento de culpa del cual no hayo como librarme. Una noche vi al niño orando, y me pareció que compartía
la misma angustia. Eso me hizo sentir aun peor. Él no solo es un niño, sino que toda su vida la ha vivido procurando hacer
la voluntad de Dios. ¿Qué pecados puede tener? Pero yo he llegado hasta aquí sin proponérmelo. Simplemente, arrastrado por
los eventos. Ni siquiera sé si me arrepentí a tiempo de todos mis pecados. Ni siquiera sé si me arrepentí de pecado alguno
en lo absoluto; y siento que solo estoy perdiendo el tiempo corriendo por estos montes, porque cuando Cristo aparezca me voy
a perder sin duda.
Un día tuve la impresión de saber donde estaba. En varias
ocasiones había estado en aquel lugar como preludio a un proyecto de construcción de la firma con que trabajaba. Pues habíamos
estado investigando la viabilidad de construir un puente en aquel lugar que conectara la isla con el continente. Y yo personalmente
había estado durante los días que se hicieron las mediciones. Pero la bahía entera que se supone existiera entre los dos promontorios
había desaparecido bajo el agua. El nivel del mar había subido unos doscientos pies. Tanto así que un antigua galeón español
que había encallado hacía siglos, y que con el pasar del tiempo había quedado atrapado en un manglar, lo vi flotando. Era
una visión. Un autentico barco fantasma, flotando en el naranja del atardecer, sobre un mar místico sin olas. Las aves revoloteaban
a su alrededor. Lo contemplamos hasta que desapareció en la penumbra. Allí mismo dormimos aquella noche. Al despertar, ya
no estaba.
Creo que fue en julio. Para el mismo tiempo que las auroras
boreales y el calor comenzaron. Un día mientras buscábamos agua vimos a un grupo de personas. Cazadores, pensé. Pero vi que
se trataba de tres hombres una mujer y tres niños. Le dije a Aura y a Jonatan que me esperaran y me acerqué a donde estaban.
La mujer le estaba lavando la cara al niño más pequeño y los hombres estaban sentados sobre un árbol caído con los otros dos
niños. Cuando me vieron se pusieron de pie. Ellos estaban asustados. Y yo también. En la tensión del momento estaba buscando
que decir cuando Aura apareció detrás de mi y dijo: "Feliz sábado." Todos al unísono dejaron escapar un suspiro de alivio;
e inmediatamente comenzaron las preguntas. Que de qué iglesia éramos, que si conocíamos a fulano o visto a zutano.
---Estamos por estos montes desde octubre del año pasado.---
respondí ---Ustedes son los primeros adventistas que vemos.
La mujer se llamaba Ivete. Los dos niños más pequeños eran
suyos. Su mismo esposo trató de entregarla a policía. Los otros tres hombres no tenían relación o parentesco alguno con ella.
Simplemente se había encontrado por los montes, tal y como nos acabábamos de encontrar. Steven, el más joven de los hombres
y el tercer niño eran hermanos. Sus padres estaban desaparecidos. Los otros dos hombres si se conocían. Habían asistido a
la misma Iglesia. Uno de ellos, al cual todos llamaban por su apellido, Otero, presenció el homicidio de su mujer y sus hijos.
Hace poco más de un año atrás un grupo de hombres enmascarados irrumpió en su casa y lo golpearon hasta darlo por muerto.
Cuando despertó la casa estaba en llamas. Al otro hombre, el mayor de los tres, le llamaban Méjico. Sí, ese mismo. Desde entonces
hemos estado juntos, por alrededor de cuatro meses. Pasando sustos con los cazadores. Corriendo y escondiéndonos. Pero desde
que las hondas electromagnéticas dejaron todo a oscuras, nadie nos molestaba de noche. Una de esas noches nos percatamos de
algo. El bosque se encontraba rodeado. Ya no solo por cazadores, sino por el ejército y la policía. Yo había perdido la noción
del tiempo cuando ayer en la tarde, Steven comento; ---Saben que hoy es 21 de octubre. Solo faltaban unos cuantos días para
que alrededor del mundo se le de muerte a los sabatistas.
---Cinco días para el Armagedón ---dijo Otero---. Esta es
la tercera guerra mundial y no se lanzará ni un misil.
Entonces pensé; Es verdad. Nada electrónico funciona. No
hay radares, no hay aviones. ¿Será igual en el resto del planeta? ¿Acaso los sistemas de defensa de las grandes naciones del
mundo son solo fierros inservibles? Si no hay radio ni teléfono, la tecnología de la humanidad entera se encuentra de vuelta
en el siglo dieciocho. La gloria de las grandes potencias del mundo ha caído en tierra, y la única manera de enviar un mensaje
es por medio de un mensajero a caballo. El Armagedón. Todas las naciones del mundo declarándole la guerra a un puñado de cristianos
indefensos sin entender que en realidad le han declarado la guerra al mismo Dios. Y al pensar que todo aquello que ahora ocurre
yo lo consideraba como un absurdo no hace mucho tiempo atrás, hace más intensa la angustia de saberme perdido.
Ayer cuando oscureció me senté junto a Jonatan y le pregunté
si alguna vez había escuchado la voz de Dios, así como la escuchó Felipe cuando el Espíritu le dijo "acércate a ese carro".
---No.
Después de todo lo ocurrido yo esperaba un sí. No le pregunté
nada más. Yo me quedé con mi angustia, y él se fue a dormir. Steven se acerco a tomar agua.
---Cuando Dios destruya los pecadores con fuego, ¿cómo será?
Tú sabes. ¿Será rápido, o estará uno retorciéndose de dolor por horas, días...?
--- ¿Qué preguntas son esas? ---me dijo---. Bueno, cada cual
arderá conforme a sus pecados. Obviamente el diablo seré el último en apagarse. Sonrió---. Pero yo no creo que Dios tenga
la intención de causar dolor físico. Yo creo que morirán como los mártires de la edad media que murieron cantando. No que
morirán cantando... Lo que quiero decir es que morirán sin dolor. Bueno, eso es lo que yo creo.
---Sí. Pero los mártires no murieron en sus pecados.
---Yo creo que la intención de Dios es erradicar el pecado,
no el causar dolor. --- me dijo y siguió caminando con su cacharro con agua.
Después de varias horas rumiando mis sentimientos de culpa,
Méjico se acercó.
--- ¿Qué pasa, hombre?
---No mucho. Simplemente que estoy perdido.
---Bueno, yo te veo aquí. No creo que estés perdido.
---Toda la vida Dios me llamó y yo nunca le hice caso. Si
me encuentro aquí es por accidente. Yo nunca me arrepentí. Nunca pedí perdón por mis pecados...
--- ¿Pero ahora mismo te sientes arrepentido?
---Ahora que finalmente me estrellé con la realidad. Ahora
que es muy tarde. Y a lo mejor no es arrepentimiento, como el de Pedro, sino solo remordimiento como el de Judas. Eso me lo
dijo un amigo una vez.
---El que tú no recuerdes el momento de tu conversión no
quiere decir que nunca halla ocurrido. Todos nos sentimos así como te sientes tú. Es más, tú no eres el único que llego a
última hora. Sabes, yo anduve en malos pasos toda mi vida. Yo bregué con drogas. He sido sicario. En Colombia todavía me buscan
por asesinato. Terminé hecho un alcohólico y desarrollé un vicio de cocaína que terminaron costándome mi matrimonio. El vicio
pudo más que el amor que les tuve a mi mujer y mi hija. Una noche en un tiroteo herimos a una muchacha que tendría más o menos
la edad de mi hija. Yo simplemente la abandoné en el hospital y desaparecí. Nadie que estuvo en aquel tiroteo pudo identificarnos.
Pero la muchacha si se memorizó bien mi cara, pues yo la llevaba en mis brazos y ella nunca perdió el conocimiento. No se
como me encontró, pero como ocho meses después, esa muchacha se apareció por mi apartamento diciendo que al menos que la acompañara
a la iglesia me iba a denunciar. Así fue como llegué a la iglesia. Y las primera tres veces que fui, fui borracho como un
perro y con dos pistolas en la cintura. Esa tercera noche la muchachita me dio las gracias por no haberla dejado morir desangrada
en aquel estacionamiento. ----Esta se está metiendo droga.--- fue lo que pensé. Posiblemente fue un tiro de mi arma el que
la mandó al hospital y ella me estaba dando las gracias. La cuarta vez fui sobrio y por mi propia voluntad, pero no tenía
nada que ver con arrepentimiento. Solo tenía curiosidad por saber por qué me daba las gracias. Me contó ella que en el hospital
conoció una familia cuya hija murió y un muchacho la resucitó. ---Esta definitivamente se está metiendo droga. ---me dije.
En fin. Esa familia la llevó a ella a la iglesia. Pasaron como tres meses antes de que yo volviera a acercarme por la iglesia.
Y lo hice borracho otra vez. Pero con todo y estar borracho me di cuanta de que había un nebuleo. La iglesia estaba en silencio
y un tipo estaba montando guardia afuera. Y lo que sucedía era que otros tres tenían la gente dentro de la iglesia de rehenes.
Me le acerqué al tipo y le pedí un cigarrillo, y antes de que terminara de decirme que no fumaba ya lo había noqueado de un
culatazo. Lo metí en la cabeza con la pistola al primer tipo que vi cuando entré en el templo, tire par de tiros, y los tipos
salieron corriendo. Cuando me vine a dar cuenta estaba con Otero huyendo por los montes como Toño Bicicleta. Y no hice lo
que hice aquella noche porque me sentía héroe, o por que pensara que era mi deber o lo correcto. Hice lo que hice porque estaba
aborreci'o. Porque la vida me apestaba. Desde hace años la vida me apestaba. Y si no me había pegado un tiro en la sien era
porque pensaba que el suicidio era un acto estúpido y cobarde. Pero en realidad el ron, la cocaína y el poner mi vida en peligro,
aquella era mi manera de suicidarme. Tú dices que estás perdido. Yo te digo que yo te veo aquí. Si estuvieras perdido estuvieras
allá abajo con toda esa gente que esta esperando para venir a matarnos a todos. Tú y yo, muchacho, somos el ladrón en la cruz.
Nadie nos bautizó. No escuchamos sermón conmovedor alguno. Y lo único que alcanzamos a decir fue se propicio a mi que soy
pecador. Tal vez paso muy rápido, o tal vez paso muy lento, y no nos dimos cuenta. Pero Dios sabe las intenciones de nuestro
corazón sin que se las digamos. Y sabe de lo que somos capaces antes de que lo hagamos.
Se puso de pie y cuando se iba le dije: --- ¿Recuerdas el
tal Luis por el que les pregunté cuando nos encontramos? Es el muchacho que andaba con don Quique la noche de ese tiroteo
que usted cuenta, donde hirieron la muchacha. Y la persona que resucitó la niña era un amigo mío. Alberto se llamaba.
---Que pequeño es el mundo.
En eso el viento volvió a cambiar de dirección despejando
el cielo nocturno de las columnas de humo y cenizas volcánicas; y el resplandor de millares de estrellas fugaces que caían
como blancas florecillas arrancadas de las ramas por el viento nos iluminó. Yo que en un momento pensé que estaba viviendo
mi vida mejor que todos aquellos con quienes había crecido, ahora me doy cuenta que he desperdiciado mi vida. Aun si hubiera
vivido ciento veinte años, obtenido cuanto hubiera querido, experimentado cuanto hubiera deseado, y hecho cuanto se me hubiera
ocurrido, mi vida seguiría siendo un desperdicio. Pues si después de vivir esos ciento veinte años pierdo la vida eterna,
que son ciento veinte años después de haber transcurrido un billón. En algún punto en la eternidad mis treinta y cuatro años
de existencia serán tan insignificantes que será como si nunca hubiese existido. Como Alberto me dijera: ¿qué es esta vida
en comparación con la vida eterna? Ahora que lo pienso; antes yo deseaba poder metérmele a Alberto por dentro y manejar su
vida, pensando que lo haría mejor. ¿Cuantas veces Alberto se habrá sentido de igual manera respecto a mí? Ahora que lo pienso,
Alberto resultó ser mejor que yo. Ahora que lo pienso, Luis también fue siempre mejor que yo. Aun durante el tiempo cuando
se ganaba la vida vendiendo drogas, pues si lo hizo fue por la necesidad. Mas yo nunca lo hice no porque fuera ilegal, o inmoral;
sino por miedo a que me atraparan. Es más, yo nunca use drogas por temor a terminar como aquel individuo que vi de niño convulsionando
en la cancha. Luís nunca uso drogas simplemente porque no era correcto. Toda mi vida pensé que era bueno. Mejor que el promedio.
¿Acaso no es eso lo que dicen los vecinos cada vez que un tipo mata a su mujer y sus hijos? "Yo nunca me lo hubiera imaginado.
Ese muchacho era tan bueno. No se metía con nadie" ¿Bueno? ¡Para nada! Ahora veo que siempre fui como aquel viejo de la novela;
que aparentaba generosidad por encubrir mi mezquindad, que me pasaba de prudente por mal pensado, que era conciliador para
no sucumbir a mis cóleras reprimidas. Nunca fui bueno. Solo pretendí serlo. Y mientras pretendía me lo llegué a creer.
Un desperdicio. Eso ha sido mi vida. Y todo porque nunca
quise "desperdiciar" mi tiempo en "tonterías". Antes las descripciones que escuchaba sobre la eternidad me parecían bien aburridas.
Ahora me doy cuenta que los mejores momentos de mi vida no los pasé en las discotecas ni con las mujeres con que estuve, sino
de niño con Luis, con Rafael y con Alberto; y en aquellos domingos lavando carros con Luis. Con sus niños jugando alrededor
nuestro. Así debe ser la vida en la eternidad. Como aquellos domingos. Como las reuniones familiares en Navidad. Pero sin
las perturbaciones de vivir en un mundo de pecado. Señor. Ya se que es muy tarde para arrepentimiento, pero solo quiero pedirte
perdón por desperdiciar la vida que me distes, y por burlarme de todas las amonestaciones que me enviases. Lo que quiero decir
es que reconozco que me pierdo por mi culpa; y que acepto el castigo por mi necedad.
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